En los últimos años he tenido la oportunidad de conocer dos
ciudades de las que oía hablar como modelo de recuperación urbanística de sus
cascos antiguos. El verano pasado conocí la parte vieja de Vitoria-Gasteiz,
donde conviven hostelería, pequeño comercio y moradores a partes iguales. Hace
cuatro años quedé encantado con Girona,
en cuyo centro histórico podías encontrar tiendas que parecerían salidas de un
cuento, como un colmado de más de
cien años lleno de botellas, cajas y botes de lo más pintoresco. Me di cuenta
de que eran ciudades en las que los pequeños comercios habían sobrevivido y no
tardé en vincularlo con que estaban en unos territorios
donde la liberalización total de los horarios no
ha sido permitida, y donde no abundan tanto los grandes centros comerciales
como en otras zonas de la península.
Precisamente en Portugal se da el caso contrario, como el que
hace años recogía Saramago en su novela La
Caverna y la historia de un alfarero que llevaba sus piezas a un gran
centro comercial que acaba devorándolo todo. En el país vecino los centros
comerciales se han convertido en los santuarios del ocio, de las compras y de
la vida misma, abiertos todos los días y que, poco a poco, han
hecho desaparecer de los centros de las ciudades las viejas tiendas con
encanto.
Aquí andamos enfrascados desde hace días en una lucha sobre el
número de festivos que pueden abrir los centros comerciales, porque parece que
diez al año son pocos y que si no se permiten dieciséis se frenará la creación
de empleo y mil tragedias caerán sobre nosotros. Yo creo que vamos por mal camino
si una parte de nuestra sociedad necesita deambular por un centro comercial
incluso los días de descanso. Pero de esta historia me preocupa lo que no nos
cuentan, el sinsabor de gente precaria y
sin derechos reales a la que obligan a trabajar en domingo a cambio de casi
nada. Hace unos años leímos una
petición de los empleados de una multinacional sueca del mueble pidiendo a
los consumidores que no fuéramos a comprar en festivos. Los informes de impacto
social de la liberalización del comercio son demoledores: se pone en ventaja a
las grandes superficies frente a pequeñas y medianas, porque las grandes pueden resolver el
incremento de horas en festivos con una simple distribución de turnos, mientras
que las pequeñas tiendas solo pueden competir incrementando la dedicación
personal de sus dueños o contratando personal.
Todos los trabajadores consultados afirman que no se
contrata a más gente por seis domingos más abiertos. Y a muchos nos preocupa
que el modelo hacia el que vamos sea el de vaciar de las ciudades de aquellos
locales que le daban una aire singular para convertirlos en una franquicia
insípida en las afueras. Es la batalla entre quienes creemos que comprar es
algo que hay que hacer en la vida, frente a quienes piensan vivir es comprar y
poco más.