29 junio, 2016

Peaje electoral



El viernes pasado pude leer un tuit de un político que lamentaba el resultado del referéndum británico. Afirmaba que estas cosas pasan con las consultas, que trasladan a la ciudadanía los problemas que deben ser resueltos por los políticos. Una argumentación un tanto peligrosa puesto que parece dudar de la capacidad de la población para decidir sobre un asunto concreto y delimitado, cuando mucho más complejo es discernir sobre los programas y actitudes de los políticos en unos comicios con múltiples opciones. También me llamaba la atención que ese desprecio a la capacidad del electorado se hiciera dos días antes de someterse, él mismo, al examen de sus electores. Creer en la democracia consiste en aceptar que es el colectivo quien tomas las decisiones y que sus razones tendrá. Entrar a valorar si la población tiene los datos y la formación para dirimir determinados asuntos es meterse en un terreno muy peliagudo y yo prefiero, a sabiendas que no siempre será así, creer en la “presunción de conocimiento” por parte de la persona que se acerca a una urna. 

En las últimas horas he escuchado muchos intentos de explicar por qué la gente se quedó en casa el domingo, por qué cambiaron otros el sentido de su voto y si fue el miedo infundido o la incertidumbre lo que acabó por modificar las encuestas. Los que no somos expertos en el análisis preferimos hacernos preguntas más sencillas. Una de las que no dejo de hacerme es a cuánto está el peaje electoral.  ¿En qué momento considera un elector que quienes defienden sus ideas han tenido un comportamiento reprobable y debe retirarles su confianza? ¿Se castiga de igual manera en un lado del espectro político o en el otro? ¿Nos comportamos todos como esos futboleros, tan fieles a los colores, que son incapaces de reconocer las marrullerías de los suyos? 

Y me hacía estas preguntas tras observar una cifra: 79263. Estas son las personas que en el pasado mes de diciembre no votaron al PP y sí lo han hecho el pasado domingo en la Comunidad Valenciana. Desde enero hemos escuchado de viva voz cómo manejaban con dinero negro en el PP valenciano y eso no solo no ha supuesto una merma de votantes sino todo lo contrario, hay 79263 a las que no les importó en absoluto. Alonso de la Torre contaba la semana pasada en la contraportada de este periódico que alguien le paró por la calle quejándose de que no habían enchufado a su hijo en una oposición, a pesar de habérselo prometido, y le pedía que lo contara. Recordando este episodio, que puede parecer hasta gracioso, me he dado cuenta de que en España se tardará mucho en pagar un peaje electoral por la corrupción, porque parte importante de nuestra sociedad es cómplice, en mayor o menor medida, de otras formas de corrupción que se practican y que todavía no tienen un reproche social unánime. Quizá la educación en valores pueda cambiar esto algún día.

Publicado el diario HOY el 29 de junio de 2016

15 junio, 2016

Inmunes

Durante el debate electoral del lunes, en el que creo que llegué a dormirme, solo se trató durante veintiséis segundos el tema de la violencia de género (y tras tener que recordarlo por dos veces los moderadores). No hablaron del cambio climático y me imagino que no lo harán hasta que el agua del deshielo polar les fuerce a intervenir desde barcazas en lugar de atriles. La cultura tampoco se mencionó pero, desgraciadamente, ya no aparece ni el capítulo de olvidos.

Se echaron en falta otros asuntos y sobraron reproches, pero lo grave es que en pocas ocasiones se fue al meollo, al origen de los problemas que tiene la gente. Los principales son de índole económica y hay quien cree que todo se soluciona obedeciendo los criterios de déficit que marca Juncker desde Luxemburgo, ese paraíso fiscal creado por él mismo.

Para solventar de raíz los problemas e intentar que no se repitan, no queda más remedio que averiguar por qué se llegó a determinadas situaciones. Si nuestro déficit es el que es, habrá que determinar si la culpa la tienen las medicinas de la abuela, esa autopista vacía o aquellas infraestructuras de lujo que no se pueden permitir ni los países más ricos del planeta. Quienes han echado las cuentas de lo que llevamos gastado en rescatar a bancos o aeropuertos sin pasajeros acaban dictaminando que, si no nos hubieran robado tanto, quizá no las tendríamos que haber pasado tan canutas. El día que se audite nuestra deuda y sigamos la pista a cada céntimo, llegaremos a la conclusión de que nuestra pobreza, angustia y desesperanza tienen un origen cierto y unos nombres y apellidos que, en su momento, se beneficiaron de una corrupción que sobrepasa la vergüenza ética y se deja sentir en nuestros bolsillos.

Ayer tuve la oportunidad de conocer a Hervé Falciani, aquel que desveló que en un banco suizo había cientos de miles de cuentas de evasores fiscales. Fue el hombre más buscado de Suiza, país en el que incomodar a la banca te convierte en enemigo público numero uno. En su recorrido por España suele hablar de la necesidad de hacernos inmunes frente a la corrupción, algo que parece no tener vacuna a corto  plazo. En su conferencia de ayer mencionaba la importancia de tejer redes sociales de la ciudadanía para comenzar a frenar de manera radical ese mundo de mordidas, sobres con billetes, amnistías fiscales, facturas e informes falsos, fraude generalizado en algunos sectores y poder omnímodo de los monopolios para que las leyes se escriban según sus deseos.

Si dentro de once días nos hemos olvidado de que el desorbitado sobreprecio de la casa en que vivimos, esa que tendremos que seguir pagando durante décadas, ha sido lo que ha alimentado centenares de cuentas en Suiza, miles de empresas en Panamá y sobres con sobresueldos en sedes de partidos políticos, entonces será porque tenemos lo que nos merecemos. Y tardaremos mucho en ser inmunes.

Publicado en el diario HOY el miércoles 15 de junio de 2016

01 junio, 2016

Palabras robadas


Ha comenzado junio y se supone que a finales de mes se nos habrán resuelto las incógnitas. También puede ocurrir que todo siga igual y, de momento, lo único que parece distinto es la pasión por los derechos humanos que les ha entrado a algunos medios y candidatos. Una pasión que aplaudiría si fuese mínimamente sincera y no una escenificación para un solo país que empieza por v, lo que denota una ignorancia de la situación de Derechos Humanos en América Latina y en el mundo. Desgraciadamente los abusos que se cometen en Venezuela  son comparables -y muy superados- por los que ocurren en Honduras, Méjico, Guatemala, Arabia Saudí (que nos compra un AVE) o Turquía. Por no hablar de la propia España, que sigue encabezando los informes de las organizaciones humanitarias por leyes como la que nos amordaza o por la impunidad con que se tratan los graves abusos cometidos desde el poder.

Sí. Las libertades nos las han robado. Las tenemos en las leyes pero están atadas de pies y manos por las ordenanzas. Me arriesgo a miles de euros de multa si me junto con mis vecinas en una plaza, sin molestar a nadie, y nos dedicamos a plantear alternativas a la reforma de un edificio o promover la creación de empleo productivo. La espontaneidad de hacer de los espacios públicos un ágora está ahora esposada por un ministro que cree más en los ángeles que en los seres humanos que no tienen padrinos. Pero si tu equipo gana no te preocupes: puedes berrear y tocar el claxon hasta las tantas, de lo que deducimos que el orden público no depende tanto de lo que hagas sino del motivo que haya detrás.

Además de las libertades también nos han robado el sentido primitivo de palabras y a uno le entran ganas de salvar del linchamiento términos como “radical” o “antisistema”. Ayer mismo, al ver la foto* de un bebé sirio que parecía dormido y del que jamás sabremos su nombre, me preguntaba si se puede ser humano y no actuar radicalmente contra el sistema que perpetúa el sufrimiento de la mayoría del planeta para el beneficio de una minoría. Si “radical” tiene que ver con ir a la raíz de los problemas y “antisistema” es aborrecer esta estructura generadora de miseria, va a ser hora de reivindicar ambos términos.  

Que no nos roben también las palabras, como le ocurría a una joven hace unos meses: mientras narraba el trato que recibía en un trabajo-basura, con condiciones decimonónicas de las que Juan Rosell estaría orgulloso, aguantando la discriminación que las mujeres siguen soportando en este nuevo milenio, la chica acababa pidiendo disculpas por haber parecido demasiado “feminista”. Nos han quitado hasta la palabra que define a quienes creen que las mujeres deben tener los mismos derechos que los varones. No sabemos si la próxima palabra que nos arrebaten será “ecologista” o “solidario”, porque esta rapiña parece no tener fin.

Publicado en el diario HOY el 1 de junio de 2016. 

*Foto de Reuters









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