Ha
comenzado junio y se supone que a finales de mes se nos habrán resuelto las
incógnitas. También puede ocurrir que todo siga igual y, de momento, lo único
que parece distinto es la pasión por los derechos humanos que les ha entrado a
algunos medios y candidatos. Una pasión que aplaudiría si fuese mínimamente
sincera y no una escenificación para un solo país que empieza por v, lo que
denota una ignorancia de la situación de Derechos Humanos en América Latina y
en el mundo. Desgraciadamente los abusos que se cometen en Venezuela son comparables -y muy superados- por los que
ocurren en Honduras, Méjico, Guatemala, Arabia Saudí (que nos compra un AVE) o
Turquía. Por no hablar de la propia España, que sigue encabezando los informes
de las organizaciones humanitarias por leyes como la que nos amordaza o por la
impunidad con que se tratan los graves abusos cometidos desde el poder.
Sí.
Las libertades nos las han robado. Las tenemos en las leyes pero están atadas
de pies y manos por las ordenanzas. Me arriesgo a miles de euros de multa si me
junto con mis vecinas en una plaza, sin molestar a nadie, y nos dedicamos a
plantear alternativas a la reforma de un edificio o promover la creación de
empleo productivo. La espontaneidad de hacer de los espacios públicos un ágora
está ahora esposada por un ministro que cree más en los ángeles que en los
seres humanos que no tienen padrinos. Pero si tu equipo gana no te preocupes:
puedes berrear y tocar el claxon hasta las tantas, de lo que deducimos que el orden
público no depende tanto de lo que hagas sino del motivo que haya detrás.
Además de las libertades también nos han
robado el sentido primitivo de palabras y a uno le entran ganas de salvar del
linchamiento términos como “radical” o “antisistema”. Ayer mismo, al ver la
foto* de un bebé sirio que parecía dormido y del que jamás sabremos su nombre, me
preguntaba si se puede ser humano y no actuar radicalmente contra el sistema que
perpetúa el sufrimiento de la mayoría del planeta para el beneficio de una minoría.
Si “radical” tiene que ver con ir a la raíz de los problemas y “antisistema” es
aborrecer esta estructura generadora de miseria, va a ser hora de reivindicar
ambos términos.
Que no nos roben también las palabras, como
le ocurría a una joven hace unos meses: mientras narraba el trato que recibía
en un trabajo-basura, con condiciones decimonónicas de las que Juan Rosell
estaría orgulloso, aguantando la discriminación que las mujeres siguen
soportando en este nuevo milenio, la chica acababa pidiendo disculpas por haber
parecido demasiado “feminista”. Nos han quitado hasta la palabra que define a
quienes creen que las mujeres deben tener los mismos derechos que los varones. No sabemos si la próxima palabra que nos arrebaten será “ecologista”
o “solidario”, porque esta rapiña parece no tener fin.
Publicado en el diario HOY el 1 de junio de 2016.
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