Quienes viven en un isla desierta tienen la
suerte de no tener que dar explicaciones a nadie y de hacer lo que les viene en
gana en todo momento. Son las ventajas de estar al margen de lo que llamamos
sociedades humanas. Sin contar a Robinson Crusoe y a los ermitaños que por ahí
queden, el resto de los mortales nos hemos ido acostumbrando a compartir
espacios con otros seres y a establecer hasta dónde podemos hacer todo lo que
queremos y en qué momento tenemos que ceder ante los demás en algunas de nuestras
pretensiones.
En cualquier proceso de negociación existe la
tendencia natural a no ceder en casi nada y a intentar que sea el otro el que
acabe pasando por el aro. Normalmente hay alguno que puede mantenerse en una
posición de fuerza, en una postura más inflexible, especialmente cuando sabe
que domina el proceso y que no tiene mucho que perder si las cosas acaban por
no fructificar. De las conversaciones que ha habido desde el 20 de diciembre
del pasado año para formar gobierno hemos aprendido unas cuantas enseñanzas. La
primera de ellas es que, contrariamente a lo que luego nos dicen, los
implicados no tienen ninguna prisa y dejan pasar los días y las semanas como si
tal cosa: casi dos meses tardó Sánchez en leer su discurso de
investidura desde que se constituyó el Congreso, y pasado mañana se cumplirán
dos meses desde las últimas generales. Como uno no quiere pensar que
entre nuestros posibles gobernantes hay vagos y perezosos (aunque es posible),
imagino que todos han querido jugar con el factor tiempo a su favor, sabedores
de que las prisas y los plazos apretados pueden ser un buen arma para debilitar
al que se tiene enfrente.
Pero si hay algo que llame la atención de una
manera especial en ambos procesos ha sido el intento de culpabilizar a un
tercero, que ni está en la mesa ni va a ser invitado a participar en las
negociaciones, del fracaso de las mismas. Ya ocurrió cuando Sánchez y Rivera
llegaron a un acuerdo y los socialistas exigieron a Pablo Iglesias que se
abstuviera ciegamente. Ahora es precisamente Sánchez el que está sufriendo en sus
carnes la misma estratagema y quieren colgarle el sambenito de ser el
responsable de unas terceras elecciones generales.
Ahora mismo el más interesado en unas terceras
elecciones quizá sea el PP, que tiene una engrasada maquinaria mediática para
culpabilizar a otros de la repetición de comicios. Por si fuera poco, está
jugando incluso con una posible fecha - la del 25 de diciembre - que el propio
PP ha provocando dilatando los plazos al máximo. Rajoy debiera ser consciente
de no tiene mayoría para gobernar y de que tendrá
que conseguirla cediendo en sus posturas maximalistas, pero su trayectoria
política sabemos que es un ejemplo de terquedad, inmovilismo y no ceder ante
nadie. En junio le salió bien pero el dontancredismo, a veces, sale mal.