Al llegar al vertedero había algunos que nos tapábamos la nariz y hubo quien hizo ademán de marcharse a causa de las náuseas provocadas por los camiones que descargaban porquería, en unos años en los que el reciclaje apenas había hecho acto de aparición. Alguien que ya había estado antes por allí nos dijo que no nos preocupáramos y que en poco tiempo no notaríamos nada de la peste que nos acorralaba. Y así fue: pasados unos minutos ya no éramos conscientes del hedor que nos envolvía e íbamos tomando imágenes y notas para el trabajo final como si tal cosa.
El viernes pasado, cuando supimos que la que fuera alcaldesa de Valencia sería imputada y cuando tuvimos conocimiento de las peticiones del fiscal para dos ex presidentes de la Junta de Andalucía, alguien me advirtió de que no hay escándalo, ni de los ya conocidos ni de los que aún están ocultos, que pueda hacer cambiar el panorama social y político de los últimos meses. En primer lugar porque hay quienes solo detectan las pestilencias ajenas y consideran las propias como si fueran fragancias celestiales. También porque cada vez está más claro que quienes tienen mucho poder acaban saliendo de rositas ya que - y son palabras de un presidente del Supremo - las leyes están más pensadas para los robagallinas que para los ladrones de cuello blanco. Pero lo más grave del asunto, lo que nos está paralizando como sociedad cada día que sabemos de una nueva tropelía o profundizamos en las que ya conocíamos, es que tantos casos y tan sostenidos en el tiempo van acabar por anestesiarnos la pituitaria que nos permite discernir lo que es ético de lo que no.
Hoy nos encontramos como en aquel vertedero y hemos pasado de la náusea a la normalidad en apenas unos minutos. Allí también nos enseñaron que con el tiempo crece el césped en las zonas en las que ya no se podía acumular más basura y así estamos también ahora, contemplando el esplendor en la hierba, tragándonos fantasiosas cifras de creación de empleo que se apuntan como gran logro el aumento de contratos temporales que no sirven ni para salir de la pobreza. Seguimos sin conectar la corrupción, las burbujas financieras e inmobiliarias y los rescates bancarios con nuestros dramas cotidianos. Me temo que nos hemos acostumbrado al hedor, pero no olvidemos que vivimos sobre un vertedero.