23 febrero, 2022

Principios e intereses


Hace un par de semanas leí una entrevista en “El País” a Julia Otero donde afirmaba que la mitad de lo que ganaba se lo llevaban los impuestos. Dio a entender que quizá le convendría que le rebajaran la presión fiscal y que así sería mucho más rica de lo que es, pero a continuación explicó que estudió gracias a las becas, que jamás iba a olvidar sus orígenes humildes y que le gustaría que todo el mundo tuviera las mismas oportunidades que ella le ha podido dar a su hija.

De aquella entrevista me impactaron también un par de detalles. El primero fue que mencionara las clases de una manera tan abierta y tan poco habitual hoy en día. No me refiero a las clases como sinónimo de grupos de alumnos o de lecciones impartidas por un profesor, sino a las clases sociales y al peligro de desclasarse. La segunda fue una afirmación sobre la que no he dejado de pensar en estos días: “yo voto contra mis intereses pero a favor de mis principios.”

Imagino que habrá millones de personas que ante una frase así soltarían un castizo “pues bien tonta que eres” o un gastronómico “los principios no quitan el hambre”, pero quiero creer que los principios siguen teniendo adeptos y que somos capaces de establecer unos pilares básicos y aceptados de manera casi unánime por toda la sociedad.

Quienes van por la vida arrimando el ascua a su sardina y tienen a sus propios intereses como la guía de cada una de sus actuaciones lo tienen todo más fácil: no tienen remordimientos y cada esfuerzo va directamente a parar a su cuenta de resultados. Contar con principios sólidos, de esos que anteponen el bien común antes que el propio, no ha sido nunca demasiado rentable a corto plazo, pero es que ahora están dejando de ser valorados como una virtud y son considerados casi un lastre.

Si en este mundo solo vamos a preguntar a nuestros gobernantes qué nos han conseguido y no vamos a reparar en cómo lo han logrado, estaremos abriendo las puertas a cualquier monstruosidad. Algo tan serio como la administración pública, de la que dependen la salud, la educación, el bienestar y la seguridad de toda la ciudadanía, tiene que ser absolutamente transparente y no propiciar dudas de ningún tipo. Así que conviene que no nos desvíen el foco de atención a una lucha intestina del PP cuando el meollo del asunto sigue siendo una corrupción para la que seguimos sin vacuna, desde hace muchas décadas y con unas variantes de diferentes colores.

La corrupción enriquece a unos pocos a costa de empobrecer a todos los demás. Si no se persigue la corrupción, las consecuencias acaban llegando a nuestros bolsillos y a nuestras vidas: cada escuela que se cierra o cada centro de salud sin personal suficiente para atendernos puede que tenga su origen en una práctica poco honrada de alguien que, quizá, no merece tanto aplauso fanático.

Parecía una heroicidad aquella frase de Julia Otero aunque, si nos paramos a pensarlo, no hay nada mejor que defender unos buenos principios para salvaguardar los intereses de toda la sociedad.

 

Publicado en HOY el 23 de febrero de 2022

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