En días como hoy la primera clase de la mañana era algo más corta, ya que nos bajaban a la capilla del colegio, nos hacían una cruz con ceniza en el pelo, nos recordaban en latín que éramos mortales y que se iniciaba un periodo de recogimientos y abstinencias. Pronto pasó a ser el día siguiente al martes de carnaval y la falta de fe lo convirtió en la jornada de regreso a la normalidad tras los excesos festivos.
En carnaval apenas hay luz de luna y ayer llegaban noticias que apuntan a escenarios todavía más oscuros. La visita del presidente Biden a Ucrania era respondida por Putin en los términos que cabía esperar: llevará la guerra hasta el final y anuncia que suspenderá el acuerdo para el control de armas nucleares suscrito con los Estados Unidos.
Se acerca el primer aniversario de la invasión de rusa de Ucrania y pocas cosas han mejorado a nivel mundial desde entonces. No hay tregua en esta guerra europea, tampoco mejora la situación en Siria y se agrava con el terremoto. Por no hablar de Yemen, de la República Democrática del Congo o de esos pueblos sin Estado que llevan más de medio siglo penando, como son los de Palestina y del Sáhara Occidental.
Las guerras lejanas nos importan poco. Nos afectan algo si las tenemos cerca y, especialmente, cuando podemos identificarnos con quienes las sufren. Ese, y no otro, fue el motivo de la enorme y muy justa solidaridad que desde hace un año tenemos con quienes viven o huyeron de Ucrania ante los ataques de un gobierno ruso ultranacionalista, apuntalado por oligarcas, que lleva décadas reprimiendo y contra el que Occidente fue muy permisivo, porque mientras Rusia participara en la economía de mercado del capitalismo poco importaban las masacres en Chechenia.
Durante todo este conflicto, que se podría salir de madre tras el discurso de Putin en la Asamblea Federal, todas las ideas para resolverlo se han centrado en el rearme. Y no sé si se están midiendo de manera certera todos los pasos que hay que dar cuando lo que está en juego es la posibilidad de extender el conflicto internacionalmente, implicando incluso a países como China, a los que la geopolítica actual coloca más cerca de un apoyo al Kremlin que de cualquier otra opción más neutral.
Parece que no se le va a dar ninguna oportunidad a la paz: no hay puentes de diálogo abierto, ni mediaciones posibles para que el desastre no se extienda. Unos solo tienen en su agenda el objetivo de que Rusia pierda esta guerra que comenzó, y casi nadie parece buscar un acuerdo de paz en Ucrania que evite poner en peligro a todo el planeta.
Malos tiempos para el pacifismo. Bastante peor para los que desertan de los ejércitos rusos y no mucho mejor para quienes pretenden evitar esa confrontación mundial en la que nadie estaría al margen. Las cenizas se han convertido en las protagonistas de este miércoles: a unos porque su fe les hace recordar aquello del memento mori y al resto por el temor a que una guerra global convierta todo en un paisaje de polvo y pavesas.
Publicado en el diario HOY el 22 de febrero de 2023
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