Los libros de la colección Austral no siempre estaban bien encuadernados y acababan por deshojarse, como las viñetas apaisadas de Mafalda. Los de portada gris eran los clásicos y en sus páginas pasamos las tardes del bachillerato con lecturas épicas, estrofas de un Arcipreste de Hita, milagros cantados por Berceo y desventuras de un tal Lázaro junto al río Tormes. Los de Alianza se estropeaban menos, los de Clásicos Castalia tenían un aspecto más brillante y los de Cátedra parecían muy serios tan vestidos de negro.
Si traigo a estas páginas los libros de mi adolescencia se debe a diversas informaciones que me han llevado a acordarme de la biblioteca de la Facultad de Letras en Cáceres. La primera fue gracias al profesor Miguel Ángel Lama, que a través de su blog nos ponía en la pista de un vídeo grabado a finales del siglo pasado, poco antes de que todo aquel fondo bibliográfico del Edificio Valhondo se trasladara a la flamante Biblioteca Central del Campus Universitario. Imagino que este año, en el que la Universidad de Extremadura cumple medio siglo de vida, podremos acceder a las imágenes de un lugar tan importante para la cultura de la región como ha sido y es aquella biblioteca.
La segunda de las informaciones recibidas es menos nostálgica y mucho más preocupante. El pasado lunes supimos que un joven de 19 años y un hombre de 32 habían sido detenidos por apoderarse de 212 libros de la Biblioteca Central. Ya se han podido recuperar 71 libros y la policía anda siguiendo el rastro de 141 ejemplares perdidos y que, al parecer, han sido vendidos por toda la geografía ibérica a través de plataformas de internet dedicadas a revender objetos.
Este episodio lamentable nos desvela que hay quien no tiene reparo en robar libros para enriquecerse y que hasta creerá que no se los ha robado a nadie. Quien se lleva un ejemplar de una biblioteca pública se lo está robando a la sociedad entera, y quien lo compra a sabiendas de que ha sido sustraído del patrimonio común debiera recibir también algún tipo de castigo ejemplarizante.
Esperaremos a que regresen a los estantes los 141 volúmenes no recuperados. Pero déjenme que de todo este asunto saque un hilo esperanzador de luz. Los libros en cuestión pertenecían a la Biblioteca Clásica Gredos, con su tapa dura, su sobrio azul oscuro y sus letras doradas. Servían para acercarnos los textos de unos señores que murieron hace dos mil años y que escribían en griego y en latín, unas lenguas que reciben el apelativo de muertas. Ayer algunos colegas me decían que no estarán tan muertas cuando se cotizan en Wallapop, y yo me preguntaba si las descripciones de Pausanias estarían más caras que los discursos de Cicerón.
Si somos lo que somos, se lo debemos a aquellos libros que nos formaron. Así que vayan a las bibliotecas y acérquense a las librerías de verdad, a las que son atendidas por personas que te orientan, que te ayudan mirándote a los ojos en lugar de con esas ventanas emergentes para que hagas click en la casilla correcta. Nuestras vidas son aquellos libros.
Publicado en HOY el 8 de febrero de 2023
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