Hay un montón de expresiones de uso cotidiano de las que desconocemos su significado. 'Zasca' ha sido la última que he tenido que buscar en el diccionario, porque no recordaba si era una interjección o una de esas voces onomatopéyicas que intentan imitar el sonido de un golpe o de una bofetada. Los académicos de la lengua, que en pleno siglo XXI siguen siendo muchísimos más que las académicas, definieron al zasca como una respuesta cortante, aunque también añaden otros usos coloquiales para indicar una acción sorpresiva o una intención de escarmiento.
Los zascas, esas contestaciones que pretenden ser graciosas pero untadas con muy mala leche, han acabado por impregnarlo todo y se han apoderado del debate político y social en muchos lugares del mundo. Ya no se estilan ni la contraposición ordenada de ideas, ni los análisis de las propuestas ajenas, ni las críticas estructuradas a lo que propone quien no piensa como tú o tiene intereses diferentes, ya sean legítimos o no. Todo sale ya de una chistera a primera hora de la mañana, con argumentarios del día elaborados por gabinetes de sesudos asesores, a los que no sé por qué llaman 'spin doctors', y que convierten cada mañana en un vendaval de respuestas airadas a declaraciones del día anterior o en guiones de espectáculos parlamentarios en los que el respeto, la educación y el saber estar brillan por su ausencia.
Nos estamos habituando a convivir con altísimos niveles de violencia verbal, que no siempre tiene que ir acompañada de groserías o palabras malsonantes: ya nos da igual leérsela a un anónimo en la red social de Elon Musk o escucharla en esas tertulias de todólogos de algunas radios y televisiones que pretenden parecer serias. El argumentum ad hominem se está convirtiendo en el único recurso retórico mientras que quienes hablan con datos fidedignos y contrastados, quienes sí explican las causas y los efectos de lo que ocurre o quienes se manifiestan comprensivos y compasivos ante los problemas de los más desfavorecidos son catalogados como débiles o «buenistas», el término que se han inventado para descalificar a la gente con principios quienes no tienen otro lema que el de «yo primero y sálvese quien pueda».
En el mundo hay una superpoblación de zascas y también de zascandiles, que es como definen a esas personas de poca formalidad, inquietas y enredadoras. También nos estamos acostumbrando, y a pasos agigantados, a que quienes enturbian todo con malas maneras sean tenidos como héroes en sus círculos de descerebrados odiadores. Nos queda la esperanza de que entre tantos zascas y tantos zascandiles prevalezcan otros mensajes diferentes: que busquen la paz, que reclamen justicia, que desarmen el mundo, que cuiden a quienes más lo necesitan, que protejan a quienes huyen de la muerte, que no crean en más patria ni más bandera que la del género humano y la de la tierra común en la que vivimos.
Deberíamos empezar a hartarnos de tanta respuesta cortante con ánimo de humillar y acercarnos más a las contestaciones amables con la intención de convencer. Zascas y zascandiles son armas de destrucción masiva y nos urge la tarea de construir puentes entre toda la humanidad.
Publicado en el diario HOY el 14 de marzo de 2025
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