No pudo ser. Troy Davis estaba vivo el pasado miércoles y dejó de estarlo en la madrugada del jueves. Ni estaba enfermo, ni pretendía suicidarse. Quería seguir vivo y se topó con las leyes de la primera democracia del planeta, que se apresuraron a introducir en sus venas sustancias letales. Fue ejecutado sin que nadie pudiera impedirlo, y de poco han servido las innumerables dudas sobre la autoría del crimen por el que estaba acusado. Ni siquiera las peticiones de clemencia llegadas desde todos los rincones el mundo. El relato de sus últimos minutos de vida conmueve a cualquiera que tenga una pizca de sentimientos, pero quizá haya llegado el momento de hablar sin tapujos de los asesinos de Troy, de aquellos que, como el candidato a la Casablanca Rick Perry, afirman vivir tranquilamente tras firmar 234 sentencias. El concepto troglodita de justicia, que se basa en responder al mal con otro mal superior, todavía campa a sus anchas en muchos lugares del planeta. Troy ha pedido a sus familiares y amigos que luchen por aclarar su inocencia y me pregunto qué ocurriría si eso se demostrara. ¿Estarían dispuestos a recibir la inyección letal todos los que han apoyado o consentido esta barbarie llamada pena de muerte? Si preocupantes son los asesinos de Troy, no lo son menos sus cómplices, los que miran a otro lado y permanecen de brazos cruzados mientas China fusila a millares cada año y en Estados Unidos se llenan de monos naranjas los corredores de la muerte. Poco podemos hacer ya por Troy, lo sabemos, pero es mucho lo que tenemos en nuestras manos para salvar a otros como él. Se puede.
26 septiembre, 2011
19 septiembre, 2011
Su realidad y la nuestra
12 septiembre, 2011
Diez años y un día
Cada vez que paso por un aeropuerto me acuerdo del 11 de septiembre de
2001. Desde entonces viajar en avión es un ejercicio práctico de ser un preso o
un delincuente peligroso. Hay que quitarse los zapatos y el cinturón, vaciar
los bolsillos, abrir la maleta, mostrar cada botecito de champú o de colonia,
que siempre tendrá menos de 100 mililitros, pasar por un arco que detecta
metales y someterse a cacheos y malos modos en diferentes idiomas. Unos cuantos
locos querían acabar con el llamado mundo libre y acabamos por concederles el
deseo de forma rocambolesca. Las empresas de seguridad son de las pocas que no
se resienten de la crisis y los empleados de las mismas trabajan a destajo
inspeccionando equipajes y pasajeros, recordándonos que bajo la más inocente de
las apariencias existe la sospechosa posibilidad de estar ante un secuestrador
aéreo o un terrorista suicida. Toda la parafernalia paranoica de los
aeropuertos mundiales se debe, fundamentalmente, a la entidad de quienes
murieron hace diez años en las torres gemelas de Nueva York. Sí, así de duro.
Porque en situaciones de igual violencia y arbitrariedad ya habían muerto
millones antes y varios cientos de miles después. La diferencia radica en que
aquel día, quienes dirigen los hilos del mundo, vieron que el terror que ellos
causan con un mando a distancia podía llamar al timbre de sus puertas y
devorarlo todo como un fuego similar al de ese sitio imaginario que denominan
infierno. Diez años y un día, parece una condena. Un tiempo en el que hemos
aceptado ser tratados casi como animales a cambio de estar seguros. Pero
seguros, ¿de qué?
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 12 de septiembre de 2011.
05 septiembre, 2011
Embudo
Cuando mi hija tenía apenas dos años encontró un embudo en un cajón y le pregunté cómo se llamaba ese artilugio. Me contestó que no sabía el nombre pero sí para qué servía. Me hizo mucha gracia y lo cuento como una anécdota de lo espabilada que era. Ahora veo que el embudo y ser espabilado son términos muy relacionados. Quienes hicieron la Constitución del 78 decidieron que eran la generación elegida por la historia, la que iba a imponer a las venideras unas normas de difícil modificación. Se quedaron con la parte ancha del embudo y nos dejaron la estrecha a todos los que no teníamos 18 años aquel 6 de diciembre. La Constitución está llena de guiños sociales que no se pueden cumplir de forma ejecutiva, como lo de la vivienda digna y el trabajo, junto a rancios elementos medievales que, esos sí, se cumplen a rajatabla en los palacios reales. Ahora Zapatero y Rajoy deciden que hay que poner en la Carta Magna la limitación del déficit público y sin tener que consultar al pueblo, no vaya a ser que decida mandarlos a hacer gárgaras a los dos juntos. Como son dos espabilados han decidido que se quedan con la parte ancha del embudo y hacerlo todo deprisa y corriendo. Si algún día queremos modernizar nuestra vida y elegir a la jefatura del Estado en lugar de tenerla entregada a una familia que se la pasa de padres a hijos, entonces se tendría que aprobar por mayoría de dos tercios de cada Cámara, proceder a la disolución inmediata de las Cortes, ratificar la decisión las nuevas Cámaras elegidas y someterlo a referéndum. Estos sí que saben lo que es la ley del embudo, cómo se llama y para qué sirve.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 5 de septiembre de 2011.
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