Cuando la tarea de
poner normas y restricciones recae en manos de gente con escasa tolerancia y
muchas ganas de ordeno y mando, el resultado puede ser esperpéntico. En Badajoz
hay un letrero curioso en una plaza, en la que se prohíbe patinar a mayores de
14 años. No tendría nada de particular si no fuera porque es prácticamente el
único lugar habilitado en la ciudad para ese tipo de actividad. Imagino que la
prohibición puede venir motivada por el ruido que a determinadas horas realizan
los chavales, pero en lugar de regular los decibelios es más sencillo suprimir
todo de golpe. Las normas sin sentido van más allá y tampoco se va a poder
hacer un picnic al atardecer, bajo los árboles de la Alcazaba pacense. Tal vez
el motivo de impedirlo sea el evitar que un espacio así acabe como un
estercolero: una vez más se opta se opta por reprimir globalmente en lugar de
perseguir al incívico. Le explicas esto a un europeo del norte, uno de esos
que en cuanto salen cuatro rayos de sol planta su cesta sobre el césped, y no
se lo cree.
Y mejor
no mencionar ordenanzas que impedirán ir sin camisa por la calle. ¿A quién le molestará cómo vaya la gente?
¿Acaso no hay miles de problemas y situaciones gravísimas sobre las que actuar
urgentemente? No es tan importante tener muchas normas como que sean pocas,
claras y que se cumplan. A muchos nos da igual que se tomen un bocadillo sobre
el césped o que vayan a pecho descubierto, y nos conformaríamos con que se
castigara a los insensatos que va más deprisa de la cuenta o a los incívicos
que creen que la calle es un vertedero. La mesura es siempre una buena opción,
incluso a la hora de poner normas.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 29 de julio de 2013.