Un sábado por la tarde de hace muchos años, justo después de los dibujos animados japoneses, emitieron una película basada en el robo al tren de Glasgow en 1963. Mi padre me contó que los hechos eran reales y que habían detenido a los ladrones. Uno de ellos, Ronald Biggs, consiguió fugarse de la cárcel, recoger los 33 millones de libras esterlinas que había escondido y se fue huyendo por el mundo hasta refugiarse en Brasil, país que no tenía acuerdo de extradición con el Reino Unido.
A Brasil no solo huían cerebros de grandes robos sino también personajes de sainete que la gente más joven no recordará, salvo que se sepan todas las canciones de Sabina. En 1989 un conductor de furgoneta blindada llamado Dioni se llevó 298 millones de pesetas y puso rumbo a Río de Janeiro, quizá inspirado en la aventura de Biggs. Tanto el uno como el otro, de manera distinta, acabaron regresando a los países donde habían cometido sus delitos y pagaron algún tiempo de cárcel por ellos.
Ayer me acordé de Biggs y de Dioni tras leer en la portada de este periódico la palabra ‘exilio’ entrecomillada. Agradecí esos dos pequeños trazos de tinta, porque la noticia no me parecía que hiciera referencia al exilio propiamente dicho, a esa situación de sufrimiento de las personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares por causas políticas, sociales o religiosas: Einstein se exilió en Estados Unidos huyendo del nazismo, Trotski en Méjico intentando esquivar -sin éxito- al estalinismo, y cientos de escritores e intelectuales españoles tuvieron que abandonar su tierra en 1939. Clara Campoamor moriría en Suiza, Victoria Kent y Rosa Chacel no pudieron regresar a España hasta los años 70, Machado sigue en Colliure y en Méjico se quedaron Cernuda, León Felipe o el extremeño Díez Canedo.
Parece que este fin de semana vuelve a Galicia el anterior jefe del Estado, del que algunos medios han dicho que se encontraba en el exilio, sin comillas. ¿Es que todo el que abandona su país se está exiliando? A los que salen con la cartera llena y cuentas corrientes en paraísos fiscales, no deberíamos llamarles así y utilizar palabras precisas y adecuadas. Más que nada por respeto a todas esas personas que sí se ven obligadas a escapar a toda prisa y muy ligeras de equipaje.
Además, ¿de qué exilio estamos hablando si el ex rey no puede ser perseguido ni policial, ni fiscal, ni judicialmente? ¿Dónde se ha visto un exiliado que se haya ido sin tener que huir, que haya estado viviendo entre lujos y que pueda regresar sin dar cuenta a nadie de la procedencia de sus riquezas ni de sus contribuciones al erario público? Mantengamos pues las comillas a ese ‘exilio’ o busquemos mejor otro término. ¿O acaso consideran que Biggs o el Dioni eran exiliados? No diré nada más.
Publicado en el diario HOY el 18 de mayo de 2022
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