Una de las cosas que más tengo que desmentir es mi profesión. La gente que sabe que escribo aquí en miércoles alternos cree que soy periodista. Por más que intento aclararles que no todo el que tiene un pincel es pintor, tampoco quien escribe en un periódico se dedica a ese noble y difícil arte de la obtención, tratamiento, interpretación y difusión de informaciones a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico.
Lo de opinar es sencillo. Basta con saber de qué quieres hablar, informarte sobre el asunto e intentar plasmarlo de manera que quien te lea tenga curiosidad por avanzar más allá del segundo párrafo. Lo complicado es buscar la noticia, averiguar qué ha ocurrido y quiénes han intervenido, contrastar que los datos que nos han suministrado son fiables y poner todo en orden para que los que abrimos estas páginas podamos leer hoy qué pasó ayer en las Hurdes o en la Carrera de San Jerónimo.
No son estos los mejores tiempos para el periodismo. Se trata de una profesión en la que la precariedad laboral avanza y eso puede acabar resintiéndose, en este y en cualquier otro sector, en la calidad del producto. Pero miremos, antes de lamentarlo todo, qué parte de culpa tenemos los que hace 20 años nos gastábamos un euro al día para estar bien informados y ahora nos parece un dispendio pagar 5 euros al mes por una suscripción, ya que nos hemos acostumbrado a que todo tiene que ser gratis y a pensar que la información de calidad no cuesta nada.
El otro gran problema del periodismo de estos días es la proliferación de medios y de personajes que no obtienen, verifican y contrastan hechos antes de hacerlos públicos, sino que fabrican “hechos alternativos”, que es como aquella asesora de Trump denominó a las mentiras. Esta semana hemos ido descubriendo lo que muchos ya intuíamos: cada día van saliendo a la luz las conversaciones que un comisario corrupto y lenguaraz grababa con todo tipo de interlocutores, desde charlas con una Ministra de Defensa hasta tertulias en las que se deja entrever cómo se fabricaban bulos y cómo se extendían a bombo y platillo en diferentes medios.
Quizá ha llegado el momento de que la profesión periodística diga basta a muchas cosas. Si no se logra parar la complicidad cuasi mafiosa entre algunos policías corruptos, algunos políticos escasos de vergüenza y periodistas sin un gramo de valores éticos, estaremos poniendo en peligro la democracia, las libertades, el periodismo y hasta la posibilidad de que conozcamos la verdad de lo que ocurre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario