Cuentan que Unamuno llegó tarde a una tertulia y soltó algo así como “no sé de qué se trata, pero me opongo”. Dudo que ese fuera el estilo de Don Miguel, pero reconozco que ese espíritu de estar en contra a priori es una enfermedad de la que casi nadie está a salvo. De hecho, creo que es algo innato para el proceso de aprendizaje humano y por eso en la infancia y en la adolescencia se produce un llamativo aumento del uso de adverbios de negación.
Dicen que con el tiempo esos excesos de contrariedad se van apaciguando y, conforme se llega a la denominada edad adulta, el sosiego y la pausa van ganando terreno a los impulsos. Imagino que en un determinado momento de la vida necesitamos nadar a contracorriente para buscar otros caminos y no seguir siempre por los senderos más trillados, y quizá por esa razón ha habido grandes cambios en el mundo que surgieron de gentes que estaban en la llamada flor de la vida y que querían cambiar de rumbo, aunque a veces no supieran qué punto cardinal elegir.
Los conocimientos y la mesura acaban asentando a la gente y, más tarde o más temprano, se adquiere cierto juicio y algo de objetividad, piezas clave para poder mejorar el mundo y para no hacer el ridículo. Ya hemos visto que la falta de criterios, saberes, prudencia y ecuanimidad no impiden alcanzar altos estrados y grandes dosis de notoriedad, ya sea haciendo vídeos en redes sociales o gobernando ciudades, regiones o países. Lo descorazonador es cuando hay que afrontar problemas gravísimos, a los que hay que dar soluciones urgentes, y hay quienes solo propugnan el incumplimiento de cualquier propuesta de norma, sin ofrecer alternativas sensatas.
Los problemas del cambio climático y de la crisis energética harán imprescindible tomar medidas muy drásticas. En la misma semana hemos visto colocar las primeras luces navideñas en Vigo y clamar a la insumisión frente a la limitación a 27 grados del aire acondicionado o del apagado nocturno de los escaparates. Y es entonces cuando uno se acuerda del título de esa película de Costa-Gavras y reclama un comportamiento de adultos a quienes han de dictar normas que nos salven de desastres peores. Es probable que las medidas anunciadas sean una broma en comparación con las que habrá que tomar en los próximos meses y años: el agua del Mediterráneo lleva varias semanas alcanzando los 30 grados y hay expertos que se temen un septiembre con gotas frías que no servirán para paliar la sequía, sino que pueden ser peores que el caballo de Atila.
Hay asuntos opinables y otros en los que las evidencias científicas no deberían dejar espacio para las ocurrencias. También es propio de personas adultas y con criterio condenar comportamientos criminales y violentos de los Estados sin importar el color de las banderas. Si creemos que las barbaridades de Putin en Ucrania son execrables, pero no condenamos con el mismo énfasis la muerte de niños palestinos por el ejército de Israel, es que nos falla algo que no curará el tiempo: nos falta justicia y humanidad. No lo olvidemos.
Publicado en el diario HOY el 10 de agosto de 2022
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