02 noviembre, 2022

Calor de noviembre

Ayer empezó noviembre y ya no tenemos necesidad de comprar en los puestos de castañas y calentarnos las manos con el cucurucho de papel de periódico. Las temperaturas empezarán a bajar un poco a partir de hoy, pero hemos podido pasar casi la mitad del otoño de manga corta y con sandalias, para regocijo de quienes gustan de todo lo cálido.

En lugares del norte de Europa se han alcanzado récords absolutos desde que comenzaron a registrarse diariamente las indicaciones de los termómetros, a finales del XIX. Lo que no deja de ser un hecho anecdótico se suma a toda una serie de evidencias científicas que apuntan a un calentamiento global. 

Mientras buena parte del mundo no se quiere enterar y la mitad del planeta tiene necesidades básicas urgentes que le impiden ocuparse de estos problemas, unos cuantos adolescentes se dedican a simular simbólicos ataques a obras de arte que están protegidas por un cristal para llamar la atención sobre el problema.

No creo que la mejor idea para protestar por esta emergencia universal sea abrir una lata de sopa de tomate en un museo: no me parece lo más limpio, creo que no sirve para concienciar más y quizá sirva para todo lo contrario, para alejar de la defensa del medio ambiente y de la preservación del planeta a muchas personas. Confieso que tampoco me escandalizo y me llevo las manos a la cabeza con estos incidentes televisados, porque sé que hay otras acciones relacionadas con este asunto que sí que son de extrema gravedad y ante la que no se están poniendo las medidas necesarias. 

Tenemos diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible para esta década y siete de ellos están estrechamente relacionados con este asunto, desde lograr una energía asequible y no contaminante hasta proteger los ecosistemas terrestres y marinos, pasando por la construcción de ciudades sostenibles o propiciar una producción y un consumo sostenible. Debemos exigir a los gobiernos y a las autoridades que cumplan sin excusas, pero también deberíamos plantearnos qué cosas están en nuestra mano para salvar al mundo del colapso y no las estamos haciendo.

¿Tiene sentido que a final de este mes de noviembre haya un viernes negro que se salde con miles de millones de productos viajando de un lado al otro del mundo para satisfacer necesidades absolutamente prescindibles?  ¿No habría que exigir también a las empresas un compromiso con los seres vivos que esté por encima de los guarismos de sus cuentas de resultados? Todas estas y muchas preguntas más deberían formar parte de nuestros debates urgentes, pero de poco valdrán las consideraciones que se hagan en las cumbres entre estadistas si no se extiende antes una conciencia colectiva para salvaguardar la habitabilidad del planeta. Y después de la conciencia tendrán que llegar la coherencia y la actuación en consecuencia.

Si a finales de noviembre sigue haciendo calorcillo, no se entusiasmen. No tener que poner la calefacción durante este mes nos podrá proporcionar una pequeña alegría a la hora de pagar la factura del mes que viene, pero detrás de este calor de noviembre quizá les estemos acortando la esperanza de vida a esos adolescentes de los museos.

 

Publicado en HOY el 2 de noviembre de 2022

 


 

 

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