Los dos países más poblados de América tienen como capitales a ciudades que no son ni las más grandes ni las más famosas del país. Con una diferencia de dos años y dos días, ambas han sido portadas de todos los noticiarios del planeta debido a sucesos casi idénticos en su origen, desarrollo y desenlace, con unas puestas en escena muy similares y donde hasta el vestuario o el maquillaje parecían una imitación deliberada.
Estos dos episodios han fracasado al otro lado del Atlántico por varias razones, pero la principal de todas es que tanto Estados Unidos como Brasil, a pesar de sus diferencias, son dos Estados con mayúsculas, dos países en los que fantochadas de este tipo jamás podrían salir victoriosas. Si la legalidad constitucional permitió a Trump y a Bolsonaro vencer en sus elecciones de 2016 y 2018 respectivamente fue porque los sistemas electorales y de garantías funcionaron, tanto cuando ganaron como cuando perdieron.
Aunque el pueblo ha descabalgado a estos dos personajes, las ideas de extrema derecha se extienden por el mundo y ya han alcanzado el poder en algunos países europeos o en Comunidades Autónomas y Ayuntamientos cercanos. No necesitan programas muy elaborados para convencer porque la consigna gritada tiene más eficacia. Cuentan, además, con el apoyo de comunicadores de gran audiencia que dulcifican a diario discursos xenófobos, machistas y ultranacionalistas, que extienden la inquietud por todo lo diferente y esparcen entre las clases medias-bajas el miedo y el odio hacia el paupérrimo que viene de fuera, es de otra raza o profesa otra religión
Ya pasó en Hungría, en Polonia o en Italia, así que no nos debería extrañar si algún día los tenemos, ya sea en solitario o del brazo de algún hermano mayor, escribiendo en boletines oficiales normas que poco tendrán que ver con el respeto a los Derechos Humanos y con los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad que fundaron nuestra era contemporánea.
Anteayer escuché de la voz de un joven brasileiro el devenir histórico de aquel país, desde la huida a Rio de Janeiro de la corte portuguesa en el XIX, hasta la última dictadura militar, la que empezó en 1964 y se extendió hasta 1985. Nos mostró también un vídeo de la toma de posesión de Lula, recibiendo la banda Presidencial de las manos de un niño negro de São Paulo, de un anciano de la Amazonia, de una cocinera de Paraná, de un profesor de portugués o de un activista por los derechos de las personas con discapacidad. Se suponía que era Bolsonaro quien debería haberle entregado la banda, pero andaba ya por Florida divirtiéndose y, sinceramente, creo que hemos ganado con el cambio.
Hay quien teme que lo ocurrido en Brasilia y Washington pueda contagiarse. Yo quiero creer que puede actuar como vacuna: si logramos la condena clara de todas las organizaciones demócratas, si conseguimos que nadie coquetee con los que se alimentan de las ideas de Steve Bannon, entonces sabremos que las capitales de nuestros países, sean grandes o pequeñas, no engrosarán la lista y se salvarán de los ataques de tipos con tantos cuernos, tantas banderas, tantos cartuchos, tanta ignorancia y tanta maldad.
Publicado en el diario HOY el 11 de enero de 2023
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