07 agosto, 2024

Escenas olímpicas

 

Hay alguna red social que se encarga cada mañana de recordar lo que allí publicaste en años anteriores. A muchos nos abre una oportunidad para refrescar la memoria, para lamentarnos de lo rápido que pasa el tiempo y, en más de una ocasión, para preocuparnos por lo azarosa que es la memoria para retener unos hechos y olvidar otros por completo.

 

A quienes desde la más tierna infancia nos aficionamos a seguir los juegos olímpicos, estos nos han servido para situar en el tiempo los hechos históricos que se produjeron aquellos años bisiestos o las circunstancias personales vividas. Las medallas de Mark Spitz me recuerdan el año que vine por primera vez a Extremadura, vi en directo las proezas de Nadia Comaneci en un bar que estrenaba tele en color, lamenté el boicot de algunos países a las de 1980 y madrugué para ver en directo aquella medalla de plata en Los Ángeles frente a un joven baloncestista llamado Michael Jordan.

 

Con el paso del tiempo algunos dejamos de seguir con intensidad toda la información deportiva, que en algunos países se reduce durante 300 días al año a casi un único deporte y a dos o tres equipos. En muchas ocasiones los eventos deportivos acabaron siendo noticia por catástrofes como las de Heysel en 1985 o de Hillsborough en 1989 y hay países donde acudir a un estadio como mero espectador se ha convertido, paradójicamente, en un deporte de altísimo riesgo.

 

En algunas modalidades, quizá las que cuentan con más seguidores y con sueldos y presupuestos multimillonarios, hay exceso de malos modos e incluso de juego sucio, ya sea antes de la competición o dentro de ella. Sin embargo, también nos han servido estos días olímpicos para disfrutar de imágenes que nos devuelven la fe en conceptos que no cotizan al alza. En 2021 se desató una polémica cuando un catarí y un italiano decidieron compartir un oro en salto de altura porque así lo permitía la norma. Este año hemos visto a las todopoderosas Simone Biles y Jordan Chiles hacer un homenaje reverencial a la brasileña Rebeca Andrade, la gimnasta que salió de una favela para subir a lo más alto del pódium, y también nos ha emocionado el recuerdo de la china He Bing Jao hacia la lesionada Carolina Marín en la entrega de medallas del bádminton.

 

A veces pienso que el sustantivo deportividad y el adverbio deportivamente debieran utilizarse con mayor frecuencia e intensidad, pero siguen cotizando al alza los killers, esos a los que el diccionario del español actual define como “personas agresivas e implacables en el logro de sus objetivos”. Creo que es posible admirar los triunfos deportivos sin necesidad de menospreciar a quien pierde y me quedo con la reflexión que escuché hace unos días en la radio. “No consideremos mejor al que obtiene mayor éxito profesional, a quien gana más dinero o a quien tiene más tirón popular. Si no quieres equivocarte, apuesta por quien sea más amable y tenga mayor capacidad para ponerse en la piel de los demás”. Lamento no saber a quién se lo oí, pero me consuela saber que una red social me lo recordará el año que viene y dentro de cuatro años.
 
 

 

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