08 enero, 2025

La verdad

Mi afición enfermiza hacia todo lo tiene que ver con lenguaje, idiomas, acentos, entonaciones o etimologías me ha servido para darme cuenta de que cada vez son más las personas que suelen comenzar casi todas sus frases con “la verdad”.  Sería admirable que tanta gente hubiera optado por desterrar para siempre las mentiras y las falsedades, pero mucho me temo que no es más que una simple muletilla que se ha ido extendiendo tanto, que está a punto de perder por completo su significado literal.

 

Este año que inauguramos seguimos en vilo por la quiebra de valores que creíamos universales y que ya se ponen en tela de juicio sin rubor alguno: la libertad es la terraza de un bar, la igualdad pone en jaque la convivencia y la fraternidad es un peligro para ese nuevo modelo social donde el tipo duro, malote e intransigente mola más que el del solidario al se acaba tildando de ‘buenista’, el insulto preferido de quienes padecen de exceso de testosterona.

 

No sé si estamos calibrando las consecuencias que se pueden derivar de la total banalización de la verdad. Desde que Kellyanne Conway, aquella asesora de Donald Trump que bautizara como “hechos alternativos” a lo que de toda la vida habíamos llamado trolas y embustes, han pasado ya ocho años. Si en 2017 era fácil engañarnos a casi todos, en un par de semanas la dificultad de la humanidad será poder comunicar hechos ciertos y verdaderos a través de determinadas redes sociales.

 

La existencia de magnates de los negocios convertidos en dueños absolutos de casi toda la comunicación nos sitúa ante un abismo orwelliano que creíamos haber superado tras el fin de la guerra fría. Estamos a un paso de que la inteligencia artificial actúe con tanta naturalidad, que no tardarán en convencernos de que la inteligencia natural es una antigualla del pasado que debe pasar a mejor vida. Negarse a aprovechar las posibilidades prácticas de esa inteligencia incansable y de eficacia probada sería una torpeza, pero lo que nos queda por resolver es si nuestras vidas y la del propio planeta pueden dejarse en manos de inteligencias artificiales alimentadas por los algoritmos que diseñan un par de tipos tan multimillonarios, que podrían marcharse al espacio para contemplar desde allí el fin del mundo.

 

¿Y con tantos problemas como tenemos vamos a preocuparnos por la verdad? ¿No nos sirve como analgésico aquel refrán del color del cristal con que se mira para dejar ya zanjado el asunto? Pues no. Porque si la verdad deja de llevar artículo determinado y pasa a ser precedida por el posesivo de quien ordena y manda, entonces habremos perdido, acabaremos creyendo que los más desvalidos son unos tiranos y que los mayores sátrapas son nuestros héroes salvadores.

 

No quisiera acabar este texto parafraseando aquella cita evangélica de “la verdad os hará libres”. En estos asuntos de verdades y mentiras casi prefiero acabar con la genial respuesta que dio a unos periodistas el más viejo gaitero de Galicia tras ser preguntado por los éxitos de ventas de Hevia con su modernísima gaita electrónica: “yo, si les dijera la verdad, les mentiría”. 

 

Publicado en el diario HOY el 8 de enero de 2025

 


 

 


 

11 diciembre, 2024

Balance e inventario

En mi camino del colegio a casa pasábamos por delante de un concesionario de coches que todavía existe. Acabábamos de regresar de las vacaciones navideñas y nos sorprendió un cartel en el que anunciaban que el taller permanecería cerrado durante una semana por balance e inventario. Lo del balance nos sonó a algo de hacer cuentas, pero lo de inventario no lo habíamos escuchado los que cursábamos 3º de EGB. ¿Acaso se dedicarían durante una semana de enero a inventar nuevos modelos de vehículos?

Así que fue llegar a casa, abrir el diccionario iter de la editorial Sopena, aquel con las banderas de países de habla hispana en portada, y llevarnos una pequeña decepción: en aquel taller no inventaban nada y esa semana solo se dedicaban a elaborar una lista ordenada y precisa de las piezas y utensilios que allí había.

Cada fin de año las páginas de los periódicos y los especiales informativos de radio y televisión se llenan de balances y reportajes resumiendo lo ocurrido en doce meses. Ayer se conmemoraba la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la cuenta de resultados no es nada positiva. Incluso las que parecen ser buenas noticias, como la caída del régimen de los Assad en Siria, deben recibirse con muchísima cautela, porque no sería la primera vez que el remedio es peor que la enfermedad, como ya ocurriera en Afganistán.

Las perspectivas del día de los Derechos Humanos no son nada esperanzadoras, con dictaduras que siguen ejecutando, torturando y negando lo más elemental a su población, y con supuestas democracias que lanzan ataques genocidas hacia poblaciones civiles, ya sea amparándose en la creencia de que hay territorios que les pertenecen o porque consideren infrahumanas a personas que nacieron en otro lugar, profesan otra religión, tienen un color de piel diferente o son, simplemente, pobres de solemnidad.

A todos esos Derechos Humanos más tradicionales, esos 30 artículos firmados aquel 10 de diciembre de 1948, se unen ahora nuevas preocupaciones que no son de las que aniquilan ipso facto a nuestros congéneres con bombas o disparos, sino que lo hacen con efectos tan retardados que casi no nos damos cuenta de su dimensión: la crisis climática ya nos afecta hoy y lo hará con mayor virulencia en los próximos años, lo hará castigando a los más débiles pero tampoco habrá refugio para quienes lo están causando deliberadamente o quienes niegan su existencia.

Va terminando el año y nos perdemos en polémicas y diatribas que no conducen a casi nada. Sin embargo, confiamos demasiado en la solidez de los derechos adquiridos y nunca hemos estado tan lejos de lograrlo, porque cada uno de los que seguimos disfrutando hay que asegurarlo y fortalecerlo día a día.

Imagino que el concesionario de coches ya no necesita cerrar una semana para hacer un balance y un inventario que una tecla realizará en centésimas de segundo. Para el balance e inventario de la Humanidad nos resta informarnos bien, aprender que eso de los Derechos Humanos va de salvar vidas y que de nada valdrán mil anuncios de alarmas de seguridad si se nos agrieta el planeta entero. ¿Será mejor 2025? 

 

Publicado en el diario HOY el 11 de diciembre de 2024.  

 


 

Este artículo está dedicado a Ángela Rivera García, que ha sido coordinadora del Grupo Local de Badajoz de Amnistía internacional desde 1994 hasta 2024. El destino ha querido que esta mujer incansable, comprometida con las mejores causas, luchadora, defensora de los Derechos Humanos, de la libertad y de la igualdad, maestra y profesora de los pies a la cabeza, nos haya dejado en la tarde del día de los Derechos Humanos, el aniversario de la Declaración Universal. Para quienes seguimos sus pasos y sus enseñanzas por un mundo más justo libre e igualitario, cada 10 de diciembre nos recordará un ser inigualable. Gabriel, Isabel, Marta, Toni, Clara y toda su familia y amigos saben mejor que nadie que ayer nos dejó una de esas personas imprescindibles, de las que luchan toda la vida. 

Hasta siempre, Ángela. No te olvidaremos. 


 

27 noviembre, 2024

No estás sola

Anteayer las calles de nuestras ciudades se volvieron a llenar de gente manifestando su preocupación por la violencia de género, un concepto que sigue contando con negacionistas en altas tribunas del Estado y en algunos medios de comunicación que, casualmente, suelen ser las mismas voces que restan importancia a otras evidencias científicas como la del cambio climático, incluso cuando les llega el barro al cuello.

 

La mejor manera de creer que has solucionado un problema es no querer verlo. El no va más de esta técnica es poner en duda su mera existencia, minimizar los efectos más visibles e imposibles de disimular, tratarlos como casos aislados difíciles de prever y de evitar, hasta que las propias víctimas acaben por dudar de sí mismas, de las situaciones que sufren y de los peligros que les rodean.

 

Son ya 1285 las mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas desde que se empezaran a contar estas víctimas, que hasta 2003 nadie pensó que era necesario ni tan siquiera contabilizarlas. ¿Se imaginan que se hubiera tenido un descuido similar con las víctimas del terrorismo, accidentes de tráfico o laborales? Pues 71 mujeres fueron asesinadas en aquel año de 2003 y en 2024 ya llevamos 40, a pesar de todas las campañas para sensibilizar y las medidas que se ponen en marcha para proteger a personas amenazadas. Desgraciadamente este gravísimo problema no empezó en 2003, así que ya va siendo hora de que revisemos con lupa las páginas de sucesos de nuestras hemerotecas, para sacar a la luz tantos feminicidios históricos camuflados como crímenes pasionales o con aquella frase entrecomillada de “la maté porque era mía”.

 

Los avances legislativos han sido importantes. Aunque nada es perfecto y todo sea siempre mejorable, hoy contamos con más herramientas legales para luchar contra la violencia y también frente el acoso sexual que siguen sufriendo muchas mujeres. Esta semana Amnistía Internacional está proyectando en varias ciudades y centros educativos un documental realizado por Almudena Carracedo y Robert Bahar que lleva por título “No estás sola”. Como ya lo hicieran años atrás con su galardonado El silencio de otros, esta es una magnífica película que reconstruye la investigación y el proceso judicial contra aquella manada de bípedos de los sanfermines de 2016.

 

El documental, que incluye también referencias al asesinato de Nagore Laffage en los sanfermines de 2008 y a los abusos cometidos por esa maldita manada a una joven en Pozoblanco en mayo de 2016, es hoy una herramienta de gran utilidad para darnos cuenta del calvario que han vivido tantas mujeres cuando les ha tocado estar solas e indefensas al ser víctimas de abusos, y solas nuevamente cuando han tenido que defenderse del juicio paralelo de una sociedad en la que el machismo no solo no desaparece, sino que rebrota amparándose en posiciones políticas que solo se alimentan de fobias hacia los que no son idénticamente a ellos.

Es más necesario que nunca que acompañemos a las que fueron víctimas en el pasado y a las que pueden estar siéndolo ahora mismo. Solo así construiremos una sociedad en la que no quepan ni el machismo ni sus violencias. Empecemos hoy: no estáis solas.

 Publicado en el diario HOY el 27 de noviembre de 2024 


 

13 noviembre, 2024

El cambio climático no existe

Apenas 537 votos en Florida sirvieron a George W. Bush para imponerse a Al Gore en las presidenciales de noviembre del 2000. En los años siguientes vivimos otra guerra más en Oriente Medio, que causó víctimas inocentes y muchos daños colaterales, tanto allí como aquí, por culpa de unas armas de destrucción masiva que nos juraron que existían y que jamás se encontraron tras la caída de Sadam Hussein.

 

Al Gore no se volvió a presentar a las elecciones en 2004 y se dedicó a recorrer el mundo con un documental bajo el brazo, Una verdad incómodaque nos avisaba de una amenaza ya comprobada por la inmensa mayoría de las personas que se dedican a la investigación científica: un calentamiento global y un cambio climático imparable que podría hacer de este planeta un lugar inhabitable para todas las especies, incluida la humana.

 

En apenas dos semanas hemos tenido que repasar las hemerotecas de aquellos días de noviembre del año 2000 y de las primeras dos décadas de este siglo, en las que nos ha tocado escuchar a negacionistas en todo tipo de púlpitos, ya sea desde programas televisivos donde mezclan extraterrestres con teorías conspiranoicas, hasta presidentes de gobierno que confiaban el futuro climático de su país a un primo físico que decía que no era para tanto.

 

Una de esas consecuencias del cambio climático que nos vienen anunciando desde entonces nos ha llegado: las imágenes de cañas y barro en el este peninsular no son las primeras que vemos al final del verano o ya metidos en el otoño. Las antiguas gotas frías y las nuevas danas siguen y seguirán llegando por estos días de octubre, como ya pasó en Valencia en 1957 y 1982, como muchos vimos de cerca en Badajoz hace 27 años.

 

Ya sabemos que gestionar en tiempos de paz y bonanza no es una tarea fácil. Hacerlo en medio de una catástrofe debe ser muy complicado y lo más importante es siempre atender a las víctimas, a sus familias, a las personas damnificadas que se han quedado sin casas, sin trabajos, sin todos sus recuerdos convertidos en papel mojado. Se tardará en reconstruir todo lo arrasado, pero sería imperdonable que nos olvidáramos de lo ocurrido cuando se hayan limpiado las calles y las casas, restablecidas las comunicaciones y reabiertos todos los centros de trabajo, educativos y de ocio que se han inundado.

 

 

Pero lo peor que nos puede ocurrir es que no queramos saber por qué ha pasado todo esto y por qué volverá a pasar en otros lugares del mundo, como nos advierten quienes saben de esto sin supercherías. Sin ciencia y sin memoria todo nos irá peor: en Badajoz, Florencia y otras muchas ciudades hay placas que recuerdan hasta dónde llegaron las aguas un día. Así que o nos ponemos como prioridad dejar de construir en cauces secos y luchar de verdad contra la gran amenaza global, o lo repetiremos todo: vuelve Trump, Putin sigue, Oriente Medio va de mal en peor, el bulo vence a la verdad, el odio y la sinrazón tienen más seguidores que la cordura, “el cambio climático no existe” todavía se escucha en demasiados lugares.

 

Publicado en el diario HOY el 13 de noviembre de 2024.

 


 





30 octubre, 2024

Silencios imperdonables

A principios de siglo andaba sacando tiempo de donde no lo tenía y un día a la semana me trasladaba de Badajoz a Cáceres para ir a las clases de la primera promoción de Filología Portuguesa en la Universidad de Extremadura. Compartía coche con Manoli y con Fátima, con las que hablábamos de todos los temas habidos y por haber durante tantas horas de ida y vuelta por la que hoy se vuelve a llamar N-523.

Mi pasión por la radio hizo que un día comentara el caso de una tal Nevenka, de la que había escuchado su historia en La Ventana de Gemma Nierga, donde colaboraba Juanjo Millás. Así que el último día del curso Fátima nos trajo un obsequio a quienes poníamos el coche para el viaje:  'Hay algo que no es como me dicen' fue el libro de Millás que me regaló y que me impresionó profundamente. 

El acoso sexual al que se vio sometida Nevenka era una historia impactante que te hacía saltar las lágrimas a poco que tuvieras algo de sensibilidad: el patriarcado tenía (y todavía mantiene) unos códigos que dicen que una vez que accedes voluntariamente a algo ya no te puedes negar ni quejarte. Han transcurrido 20 años y hemos avanzado en algunas cosas: hoy tenemos una ley que sí deja claro qué es el consentimiento y que mete en el código penal lo que durante siglos han sido unas pésimas artes amatorias escritas con testosterona y considerando a las mujeres como meros objetos.

Pasan los años, cambian los personajes, sus estatus y sus filiaciones, pero cada primer acto de acoso sexual va seguido de dos escenas de ensañamiento posterior en forma de silencios. El primero es el silencio de la víctima, que tiene que calibrar si una denuncia le mejorará o le empeorará la vida. El segundo silencio es el de los que a toro pasado dicen que se sabía, que se podía imaginar o que se veía venir, con todos los verbos conjugados con un se por delante porque no nos atrevimos a ponernos como sujetos activos, ni a decir lo que era imprescindible.

Icíar Bollaín ha llevado a las pantallas la historia de Nevenka. Ha tenido que rodarla en Zamora, porque en Ponferrada hubo resistencias a que fuera el plató de lo que allí había ocurrido hace décadas. Y de repente la actualidad vuelve a traernos nuevos casos que nos van llegando por goteo, sin decir claramente nombres y apellidos, hasta que al final se descubre al personaje y, para colmo de los colmos, el tipo nos suelta que todo es una disociación entre la persona y el personaje.

La violencia de género y el acoso sexual necesitan leyes eficaces que protejan a las víctimas, pero poco o nada servirán si no modificamos esquemas mentales enraizados, en los que ser varón va unido a ejercer la fuerza, física o de otro tipo, para doblegar la voluntad de las mujeres. Nada avanzaremos si no comenzamos a reprochar socialmente lo inaceptable en lugar de callar e ignorar lo que ocurre. El silencio de las víctimas en estado de pánico podría disculparse, pero que el resto sigamos mirando hacia otro lado es imperdonable.  

Publicado en el diario HOY el 30 de octubre de 2024 


 

16 octubre, 2024

Nuestros días de radio

Ayer por la tarde, mientras escribía estas letras, se cumplían 100 años del nacimiento de la radio en España y no puede evitar acordarme del primer transistor que me regaló mi tía al regreso de una excursión a Andorra, cuando el Principado era un lugar al que se iba a comprar azúcar, chocolate o equipos electrónicos en lugar de ser guarida fiscal para quienes su patria se acaba en los colores de su pulserita.

 

Aquel transistor naranja y de marca japonesa me creó una costumbre que jamás he abandonado: la de escuchar todos los días unas voces (verdaderas) que me acercan realidades lejanas o me informan de lo que ha pasado en la esquina de mi barrio, donde seguimos sin piscina pública y se revientan las tuberías cada dos por tres. Dejó de gustarme la musiquilla de los domingos por la tarde con tanto gol y tanto grito, pero encontré nuevos mundos y tiempos modernos en una Radio 3 rompedora en mitad de los ochenta, en el humor absurdo de Gomaespuma en las noches de los sábados, en un programa sobre educación que conducían una tal Milá y un tal Gabilondo y que se llamaba “Queremos saber”. 

 

Fue pasando el tiempo y mis días de radio no eran como los de la película de Woody Allen. Esquivar las llamadas radio-fórmulas me permitió encontrar caminos menos trillados y disfrutar de una radio más clásica en la que una sonata de Bach o la 5ª de Mahler te acompañaba mientras acababas un libro o hacías como que estudiabas, pero también sintonizábamos canciones y letras más modernas y menos comerciales, las que acaban formando parte de la banda sonora particular de cada uno. Luego llegaron algunas noches y muchas tardes en las que Julia, Almudena, Manuel y Juan discutieron en un gabinete de todos los temas recogidos en las enciclopedias, y las mañanas del fin de semana dejaron de ser días cualesquiera para vivirlos con intensidad, porque no son más que dos.

 

Y pasó más tiempo, nos cantaron mil veces que el vídeo mataría a la estrella de la radio y ahí seguimos algunos, empeñados en descubrir territorios comanches aunque nos los cambien del viernes por la tarde al domingo por la mañana. Hoy ya no malgasto tanto dinero en pilas, como cada noche que me quedaba dormido sin apagarla, pero me sigo enriqueciendo poco a poco mientras paseo, mientras cocino, mientras conduzco. Continúo escuchando a la carta la radio del siglo XXI gracias a esos 'podcasts' que te convierten en voz los más valiosos documentos, te descubren la ciencia, te aconsejan libros, te explican las finanzas, te investigan la historia o te la cuentan de manera que la logras entender.

 

Han pasado cien años y no sé cómo será la radio del futuro. Quizá las nuevas ondas hertzianas nos leerán el cerebro, una inteligencia artificial nos emitirá las noticias que más nos gustan y, rápidamente, nos sermonearán con las opiniones que más nos complazcan. Pero quiero creer que sí continuará habiendo profesionales con ganas de hacer radio de calidad (si les dejan los jefes), e imagino que seguirá habiendo oyentes y que continuaremos teniendo nuestros días de radio.
 
Publicado en el diario HOY el 16 de octubre de 2024
 




 
 

02 octubre, 2024

Los mismos de siempre

No recuerdo la primera vez que tuve conocimiento de las desgracias de la población palestina. Las guerras de mi infancia las veía en telediarios en blanco y negro, hablaban de un conflicto árabe-israelí que pareció terminar con unos acuerdos en Camp David y con posteriores premios Nobel de la Paz para Anwar-Al-Sadat y Menachen Begin. Años más tarde me fui enterando de que a los palestinos, aquellos a los que habían echado de sus casas para crear un Estado judío tras el holocausto, los habían olvidado en aquellos acuerdos y 3.000 de ellos fueron aniquilados en los campos de refugiados de Shabra y Shatila, en tierras libanesas, allá por 1982.

Andaba ya por la Facultad cuando llegó a mis oídos la primera intifada, de la que ya recuerdo imágenes en color de soldados que rompían con pedruscos los codos de unos niños de apenas 11 años, que es el castigo que merecían por apedrear los carros blindados. Aquella imagen se nos grabó a toda una generación que nos abrigábamos los inviernos con pañuelos de aquellas tierras y que veíamos a Arafat con la rama de olivo en una mano y una piedra en la otra mientras hablaba en la ONU.

 

En 1990 Kuwait fue invadido, occidente bombardeó a Irak y a sus habitantes, dejó a Saddam Hussein en el poder en 1991 y al final de ese año se fraguó una Conferencia de Paz en Madrid para poner concordia en aquellas tierras. ¿Adivinan quiénes volvieron a ser los olvidados? Pues sí, los mismos de siempre. Más tarde llegaría una ligera esperanza y hubo Nobel de la Paz para Arafat, Rabin y Peres en 1994, pero Isaac Rabin fue asesinado por un ultraderechista judío en 1995 y las cosas se volvieron a torcer para los mismos de siempre.

 

Anteayer se cumplieron 24 años de otras imágenes que quizá recuerden: las de Muhammad al-Durrah y su hijo refugiándose en una pared de los disparos de soldados israelíes, del llanto del niño, de los esfuerzos del padre por cubrir con su cuerpo a su criatura. Tras la guerra de Iraq y la caída de Saddam en 2003 se pensó que ya todo estaba dispuesto para dar una solución digna a la gente de Palestina, pero tampoco.

 

Han pasado 20 años más y el Líbano volvía esta semana a ser objetivo militar israelí, como Shabra y Shatila en 1982. Mientras escribía esta columna la edición digital del periódico informaba de una subida del 4% en el precio del crudo ante los tambores de guerra y de un inminente ataque iraní con misiles balísticos sobre Israel. No se ha cumplido un año desde el fatídico ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre de 2023 y el resultado no puede ser más descorazonador: aquellas 364 víctimas civiles israelíes inocentes se han centuplicado con creces del lado palestino, con miles de mujeres y niños encabezando unas estadísticas insoportables.

 

Un escenario de guerra global es lo peor que nos puede pasar y ayer las cosas estaban muy mal. Desgraciadamente, sí hay un pueblo que casi no tiene margen para empeorar su situación, de ahí que sea urgente salvar al pueblo de Palestina de un horror que dura demasiado.

 

Publicado en el diario HOY el 2 de octubre de 2024



 

La verdad

Mi afición enfermiza hacia todo lo tiene que ver con lenguaje, idiomas, acentos, entonaciones o etimologías me ha servido para darme cuent...