15 enero, 2007

El cambio, ya!


Si le pedimos a cualquier ciudadano que recuerde algún lema electoral de nuestra historia sólo será capaz de nombrar, con mucha suerte, aquel por el cambio que llevó a La Moncloa a Felipe González en 1982. El término se ha usado en otras campañas electorales y en diferentes países con éxito desigual, porque las palabras no son pociones mágicas. Nunca en nuestra democracia hubo un triunfo electoral tan rotundo como aquél y un cuarto de siglo después podemos afirmar que el secreto no estuvo en la elección del eslogan sino en otros muchos factores importantes. Pasan veinticinco años y se vuelve uno a encontrar cartelones con el sustantivo mágico escrito con tipografía gigantesca. Además todo está perfectamente cuidado: los tonos del fondo, la foto del candidato, la vestimenta escogida por avezados asesores que, a buen seguro, le habrán aconsejado que se desprenda de la corbata para hacerse humano en la recogida de votos y que, una vez en el poder, se la coloque de nuevo. Las necesidades de cambio pueden tener su origen en una atracción por la novedad que se ofrece o por un hartazgo de lo que se tiene. Pero también ocurre que uno, sin estar demasiado contento con lo que hay, acabe por cansarse demasiado pronto de las novedades vendidas con bombo, platillo y demasiada antelación. Si a esto le unimos la presencia de un adverbio tan apremiante como ya conseguimos un peligroso cóctel que debería hacer reflexionar a Floriano: rara vez se gana un maratón intentando distanciarse en el primer kilómetro de carrera sino que hay que estar bien preparado, ser bastante listo y, sobre todo, no adelantarse a la voz de ya.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 15 de enero de 2007.

Dos detalles:

No ponen el signo de exclamación al principio. Toda la vida defendiendo el español y en cuanto pueden le dan una patada al castellano.

Un consuelo: Han puesto ya! Podrían haber puesto la crucigramera voz de mando: ¡ar!

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