En un par de semanas me he acercado al mundo del cerebro como jamás lo había hecho antes. Aunque sigo ignorándolo todo, una noticia me hizo reflexionar sobre la naturaleza de esa parte del cuerpo que, en teoría, debería servir para algo más que aguantar el sombrero. Hablaban de una investigación que vinculaba una mayor actividad cerebral con tener (o no tener) determinadas ideas políticas. Los científicos creen que los progresistas toleran la ambigüedad y el conflicto mejor que los conservadores. A esa conclusión había llegado yo sin tener que pisar una Facultad de Medicina, por puro empirismo. También hay que decir que esa teoría se viene abajo en las luchas intestinas de los partidos políticos, donde todos sin excepción dejan de ser tolerantes y manejan los conflictos de forma poco constructiva. Ya me había olvidado de esta historia cuando leo que un niño despierta de una operación con acento pijo. Y ahora es cuando todos mis esquemas se desbaratan: tanto tiempo pensando que ese soniquete y esa profusión de o seas eran fruto de un entrenamiento y resulta que todo está por ahí perdido entre las neuronas. Además, cualquier día te das un golpe y pasas de Vallecas a La Moraleja sin darte cuenta. Así que en las próximas elecciones voy a dejar de leerme los programas electorales y voy a pedir a los partidos que nos muestren resonancias magnéticas de los candidatos. A lo mejor descubrimos que junto al bulbo raquídeo de Rajoy hay una central nuclear para Extremadura y que las sienes de Zapatero esconden trenes en forma de aves de paso. Ahora que lo pienso: ¿qué le habría pasado a Aznar el día que nos sorprendió con acento de Texas? http://javierfigueiredo.blogspot.com/
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 1 de octubre de 2007
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