Toda la vida intentando aprender algo de matemáticas y sigo teniendo dificultades. Creía haber entendido que el cero a la izquierda no valía nada, que sólo servía cuando iba a la derecha de otra cifra, y ahora resulta que el cero es el principal cebo publicitario de muchos productos: el gel tiene cero por ciento de impacto sobre los ecosistemas acuáticos y cumple requisitos estrictos de biodegradabilidad, las salchichas tiene cero de grasas, los yogures no llevan nada de azúcar ni de lactosa y los botes de verduras se envasan sin conservantes. Uno, que no entiende de números, pensaba que todos estos productos a los que se les han quitado porquerías y añadidos serían más baratos, pero resulta que son más caros. No tener algo es más caro que tenerlo y el cero se ha convertido en un adjetivo calificativo tras el que se esconde, bajo el eufemístico nombre de tolerancia cero, la más pura y dura intolerancia. Viajar en avión te convierte en aprendiz de presidiario, la sospecha histérica planea sobre nuestras cabezas y cuesta trabajo encontrar una voz discordante, una voz que diga que ya está bien de pasar por un escáner hasta los más recónditos rincones de nuestros pensamientos, que ya vale de acusar a la humanidad del presunto intento de asesinato de la otra media, y de montar un escenario global en el que la sospecha y el miedo son los principales elementos de atrezzo. Para defender el mundo libre nos están vendiendo una libertad con cero por ciento de libertad, que es algo parecido al edulcorante amargo, a la sal sosa o a la luminosa oscuridad. ¿No lo entienden? Pues yo tampoco. Serán paradojas del cero.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 11 de enero de 2010.
1 comentario:
Pero qué lúcido que te ha quedado, hijo. Chapeau.
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