Prohibido prohibir ha pasado de ser el lema del 68 a convertirse en la página web de los fumadores tolerantes. Parece ser que los hay y de hecho conozco a alguno, no muchos. Hace diez años, en un restaurante del Pirineo, un señor preguntó si me molestaba que se encendiera un puro después de comer. Dudé en la respuesta. En el comedor había ya una decena de personas fumando a las que les importaba tres pimientos que yo estuviera dando una crema de verduras a un bebé de siete meses. Me dio cargo pensar que estaba en mi mano impedírselo al único fumador educado que había en la sala, pero me armé de sinceridad y respondí que le agradecería mucho que no lo hiciera.
El jueves salí del médico con mi asma y fui a buscar a mis hijos a la puerta del colegio. Se abarrotaban centenares de niños de apenas un metro de altura que iban esquivando cigarrillos, tragando el humo bien de cerca, enganchando trozos de ceniza candente en un chubasquero y, de vez en cuando, llevándose alguna quemadura superficial. Se me ocurrió decirle a una señora que se le estaba quemando un cilindro blanco que llevaba en la mano. No captó la ironía y se sintió indignada cuando le expliqué el motivo de mis palabras. La señora tenía un argumento de peso: estaba al aire libre y de nada servía señalarle con el dedo cómo el humo de su cigarro era claramente visible a la altura de las caras de los niños. Hay situaciones tan lógicas que no necesitarían prohibirse, pero la nicotina debe tener tal capacidad destructora del sentido común que, a veces, se hacen imprescindibles normas para que nos dejen respirar. Incluso en la calle.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 25 de enero de 2010.
1 comentario:
Buen artículo sobre esta plaga que aún campa a sus anchas.
Saludos.
Publicar un comentario