Si Fray Luis de León regresara hoy a las aulas, sus primeras palabras volverían a ser las mismas: como decíamos ayer, mañana hay examen. Imaginar los viajes en el tiempo, además de servirnos de precalentamiento para la sempiterna reposición navideña de Regreso al futuro, nos permite reflexionar sobre asuntos en los que no reparamos. Recientemente recordaba Manuel Campo Vidal unas palabras de Rodríguez Ibarra sobre la educación. Decía que un médico del XIX que apareciera en un hospital de hoy sería un completo inútil, que no sabría ni hacer una resonancia magnética, ni interpretar una ecografía. En cambio, un profesor de lengua o de matemáticas del XIX podría dar su clase a nuestros hijos, de la misma manera que hace 200 años, sin que nadie lo notara ni le recriminara por ello. No hay unanimidad más aplaudida que la de dar importancia a la educación y se nos llena la boca de palabras como nivel, esfuerzo y exigencia. Eso sí, somos incapaces de copiar a los que hacen las cosas bien. Aquí estamos como locos para que el que no tenga el dichoso nivel repita todas las veces que haga falta, y resulta que los finlandeses no dejan repetir a casi nadie, sino que introducen en el aula elementos tan beneficiosos como la cooperación, el apoyo a quien lo necesita, la implicación de los alumnos destacados para ayudar a los rezagados, un reciclaje continuo del profesorado y una inversión económica descomunal. En el próximo examen de PISA dejarán copiar, así que Gabilondo ya debería estar en Helsinki tomando apuntes. Pero me temo que hay demasiada gente que añora el viejo olor de la tarima carcomida. Así nos va.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 13 de diciembre de 2010.
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