27 diciembre, 2010

Júbilo

Una columna que se titule así en la última semana de diciembre podría llevar a engaño y parecer una apología de villancicos, fiestas y excesos. Pero no. Es una reflexión sobre la etimología de las palabras, sobre cómo un término que es sinónimo de viva alegría, y especialmente la que se manifiesta con signos exteriores, puede derivar en preocupación, incertidumbre e injusticia. El verbo jubilar tiene la acepción coloquial de desechar algo por inútil y el diccionario mantiene, con la advertencia de estar en desuso, el significado de alegrarse y regocijarse. Últimamente cualquier mención a estas palabras nos conduce a un debate desolador. Si no lo remedian los propios afectados, en el futuro habrá que trabajar durante más años para poder dedicar la última etapa de la vida al merecido descanso. Y es que no les cuadran las cuentas a los señores del mundo, que nos hablan de problemas demográficos en un planeta superpoblado y ahora necesitan que la alegría y el júbilo se aplacen dos años más. Y les interesa fundamentalmente a los bancos, para revitalizar los planes de pensiones, una gran fuente de ingresos y que está de capa caída. Pero más que intentar convencer con datos, que Vicenç Navarro y Juan Torres ya lo hacen con maestría, me paro a pensar en lo difícil que se lo estamos poniendo a la gente más joven para ganarse la vida. Pasar de 65 a 67 años supone una mala noticia para quienes están en esa edad, y una pésima noticia para toda esa generación preparada y con ideas nuevas. No podemos permitírnoslo socialmente, pero tardaremos décadas en darnos cuenta de los errores que hoy estamos cometiendo.


La viñeta es de EL ROTO.

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