Los seres vivos que tienen capacidad para trasladarse no son como los vegetales, que salvo que haya algún trasplante siempre nacen, crecen y mueren en un mismo lugar. En Extremadura sabemos que cada año nos visitan unas grullas que causan admiración en la gente que ama la ornitología. Son aves de paso que vienen buscando un clima más cálido al llegar el invierno escandinavo y que regresan cuando aquí suenan las chicharras.
La historia de la fauna y de la humanidad va unida a movimientos migratorios, ya sean de larga distancia o regionales. Imagino que cuando uno deja el lugar en el que nació para vivir o sobrevivir en otro lugar lo hace por un mero instinto de supervivencia. Desde Europa también fuimos a otras tierras a descubrir otros mundos en los que encontramos otros seres humanos y creemos que fuimos incluso un ejemplo de integración. ¿Aprendimos sus lenguas? ¿No les impusimos nuestras creencias? ¿No nos dedicamos a robar ni esquilmar sus recursos naturales? ¿No les esclavizamos?
Pasaron los años y desde la Península Ibérica tuvimos que seguir emigrando para sobrevivir: en Francia o Luxemburgo puedes encontrar hoy apellidos portugueses muy fácilmente y en Extremadura conocemos lo que fue la diáspora hacia zonas industriales que requerían mano de obra, ya fuera en Madrid, Cataluña o País Vasco, o en aquella Alemania de posguerra que necesitaba manos, aunque la primera generación no llegó a aprender el idioma ni las costumbres locales.
Ahora parece que todos los problemas que padecemos aquí los trae alguna gente que viene de fuera. Si son ricos, altos, rubios y se tiran a la piscina desde un balcón no nos importan tanto. Si son demasiado morenos, pobres, viven hacinados en pisos-patera porque nadie les alquila nada, practican religiones distintas a “la única verdadera” y realizan trabajos imprescindibles que los aborígenes ya rechazamos, saltan los más descerebrados de la clase a culparles de todos los males habidos y por haber. Cuando uno de ellos comete un delito, la masa de seguidores del neofascismo racista mete a todos en el mismo saco. Me temo que los que tanto defienden la pureza cristiana de Europa no han leído ni dos líneas de la encíclica Fratelli Tutti publicada en el año 2000.
Y tú, ¿de dónde eres? ¿Estás seguro de que eres descendiente directo de Viriato o de la pintora de la cueva de Maltravieso? ¿No tienes tu sangre “manchada” por algún fenicio, griego, romano, bárbaro, aftasí o nazarí? ¿Sabes si alguno de tus bisabuelos también tuvo que emigrar y sufrir discriminación? ¿Tienes algún amigo de piel oscura y te ha contado cuántas veces le piden la documentación mientras que tú no recuerdas la última vez que te ocurrió? ¿Te gustaría que el delito cometido por alguien de tu barrio os señalara al resto de vecinos como criminales?
Hace años vi una pintada a las puertas de una oficina de extranjería: “Reniego de los humanos, solicito un pasaporte de pájaro”. Cuando se pregunta de dónde eres se puede hacer de dos formas distintas: con el tono de “vete de aquí” o del “qué bueno que viniste”. Solo la última es digna del género humano.
Publicado en el diario HOY el 23 de julio de 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario