12 octubre, 2005

Tabaco

Tabaco

El próximo mes de enero viviremos un monográfico sobre el tabaco en el que tendremos que discutir sobre las libertades individuales en un falso debate sobre el derecho al consumo de nicotina – algo que nadie pone en duda – cuando todo se reduce a un problema de combustión de sustancias y contaminación de espacios públicos y cerrados.

Estamos rodeados de gente que por voluntad propia es adicta a la nicotina, al vino tinto, a los video-juegos o al jamón. Doctores habrá que adviertan a cada uno de los peligros que implican, pero resulta que mientras algunas sustancias o aficiones se consumen de forma individual y sin invadir a los demás, los adictos a la nicotina no la ingieren ni inyectada ni en parches cutáneos, sino por medio de la quema de unos cigarrillos que llenan de humo los espacios y que perjudican directamente al resto de seres humanos sin discriminar ancianos, bebés o asmáticos.

Cualquier prohibición corre el peligro de ser ignorada y es de temer que serán miles los que sigan fumando en sitios públicos o lugares de trabajo sin importarles que el humo acabe en los pulmones de su vecino. También deberíamos plantearnos por qué hay que prohibir cosas de sentido común: de igual manera que en los restaurantes no hay letreros que impidan dormir la siesta encima de las mesas - aunque sea muy relajante- tampoco debería vetarse la combustión de cigarrillos en esos mismos lugares, porque el que a uno le apetezca mucho hacer algo no le da derecho a llevarlo a cabo cuando invade a los demás. Lo más sensato sería que los fumadores, por propia voluntad, hicieran lo que quisieran sin molestar a los demás. Hasta que llegue el día de la conciencia colectiva será una pena tener que ver prohibiciones por todas partes para lograr algo tan simple e indiscutible como dejar respirar.

Javier Figueiredo

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