16 noviembre, 2005

Fósforo blanco



Fósforo blanco

Una de las normas básicas del proceso de enseñanza-aprendizaje es que para modificar una conducta no se puede hacer uso de la propia conducta que queremos cambiar. Existe un mensaje verbal que, en el caso de no coincidir con el mensaje real, provoca el efecto contrario al deseado. Ocurre con los padres que mientras encienden un cigarrillo prohíben a sus hijos fumar: la norma pronunciada se disipa ante el ejemplo. El mismo esquema se repite en cualquier aspecto de la política nacional o internacional, aunque es en este último campo donde podemos encontrar las paradojas y cinismos más espectaculares.

Si la guerra de Irak ya nos había dado ejemplos para llenar enciclopedias, el paso del tiempo nos va sacando a la luz el miserable concepto de estadistas de los que se reunieron en las Azores a principios de 2003. Querían llevar los derechos humanos a Oriente Medio y se traían en cárceles volantes e ilegales a seres humanos a los que torturar cruelmente; querían desmantelar el arsenal químico iraquí mediante un fósforo blanco con efectos similares al napalm; decían hacerlo todo por la libertad y la seguridad pero nunca aquel país estuvo más inseguro que ahora, ni siquiera durante los años de aquel dictador que era odiado o alabado según favoreciera a los mercados del crudo. Montar una guerra para acabar con las armas químicas usando las mismas armas químicas es como apagar fuegos con lanzallamas. Aquello de “créanme si les digo que en Irak hay armas de destrucción masiva” fue una fase que marcó época y que pensábamos que era una gran mentira. Hoy el fósforo blanco nos desvela que Bush, Blair y Aznar eran menos embusteros de lo que parecían pero mucho más crueles de lo imaginable. ¿Pedirán perdón algún día?

Javier Figueiredo

Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 18 de noviembre de 2005

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