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Estar a favor de las grandes declaraciones en torno a la libertad es una tarea muy fácil. Basta con acercarnos a una fecha señalada para escuchar la grandilocuencia de todos en favor de la libertad de expresión. Donde se ve la autenticidad de ese espíritu es en el día a día y en la forma de aplicar unas ordenanzas, amparadas en la ley de aquel infausto Corcuera, que acaban por convertir en multa y problema de orden público cualquier puesta en práctica del venerable derecho a la libertad de expresión. Hace más de una década hubo un alcalde pacense que multó a quienes acamparon en la ciudad a favor del 0,7% después de haber mostrado su apoyo a los manifestantes; el actual alcalde de Badajoz, que tanto se indigna ante las multas de Villafranca, empapelaba a quienes repartían octavillas a favor de los pobres del mundo hace apenas unos meses. Quien pretende el aplauso público puede verse silbado y abucheado: es ley de vida en toda democracia y va en el sueldo de los políticos. El ciudadano de a pie tiene que tener la tranquilidad de poder mostrar su desagrado en público, con respeto y sin violencia, sin temor a ser llevado ante los tribunales.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 8 de agosto de 2005
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