Existe un juego escolar que consiste en crear una cadena inútil de collejas o leves manotazos. Cuando se pone en práctica dentro de un aula sirve para distraer al personal y sacar de quicio al docente de turno. El entretenimiento es estúpido y no tiene más consecuencias nocivas que las señaladas. El problema viene cuando el juego es realizado por adultos de gran responsabilidad que tienen en sus manos, aunque sea por omisión, la vida de otros semejantes. Es lo que ocurre cuando desde una escuela se advierte a los servicios sociales de la posibilidad de que un menor esté recibiendo algún tipo de malos tratos por parte de sus progenitores. Los servicios sociales pasan la bola a la policía, que acaba mandándola al juez de turno. Éste, con toda la diligencia, intenta recabar la información de los tres anteriores hasta que lo llaman del hospital para avisarle que la criatura se debate entre la vida y la muerte.
Repartir culpas no sirve de nada pero articular protocolos de actuación para estos casos es lo más urgente que tienen hacer nuestros políticos, porque la seguridad de un menor no se puede tratar como si fuese una instancia o un expediente de recalificación urbanística que se puede aplazar al día 15 del próximo mes. Es difícil admitir que haya que estar capacitado para cosas como conducir o manipular alimentos y no se pueda exigir nada para algo tan complejo como ser padre o madre. Será mejor no reprender más a los alumnos que pasen la bola porque, en el fondo, juegan a ser adultos pero sin consecuencias trágicas. http://javierfigueiredo.blogspot.com/
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 13 de marzo de 2006.
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