Hace 30 años un líder de la socialdemocracia europea sorprendió al mundo con una frase en la que afirmaba que preferiría arriesgarse a recibir una puñalada a la salida del metro de Nueva York antes que pasar unos años seguros en el metro de Moscú. El mensaje, en el fondo, abogaba por anteponer los derechos individuales a la seguridad colectiva y, en aquel momento, el llamado mundo libre halagó la apuesta por la libertad ante la denominada dictadura soviética. El caso es que desde hace una semana en los aeropuertos tienes que llevar en una bolsa de plástico transparente y en botecitos de 100cc cualquier cosa que esté entre lo sólido y lo gaseoso, tienes que probar biberones delante de los guardias y demostrar en cada vuelo que no eres un terrorista. A poco que avance la técnica será obligatorio llevar una declaración permanente de ideas y pensamientos tatuada en la frente o lugar visible, e incluso acabarán por hacernos viajar a todos esposados con grilletes como forma para garantizar que nadie va hacer explotar el avión. No sé cuánto vamos a tardar en alzar la voz y empezar a decirles a nuestras autoridades que sabemos de las desventajas del mundo libre y que estamos dispuestos a afrontar algunos riesgos a cambio de la libertad. Lo peor de todo es que hay quien intenta hacernos creer que lo hacen por nuestra seguridad, cuando en el fondo esta paranoia colectiva no hace más que extender el miedo de forma universal para justificar las guerras y las invasiones. Por mí no lo hagan: prefiero arriesgar algo a cambio de que me conmuten una cadena perpetua en una cárcel llamada mundo. http://javierfigueiredo.blogspot.com/
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 13 de noviembre de 2006.
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