Hace unos meses hubiéramos linchado a un chico canario acusado de haber matado a su hijastra, la semana pasada un militante de Izquierda Anticapitalista apareció en los teletipos de EFE confundido con un presunto terrorista, y ahora tenemos el caso de los cinco bomberos catalanes. Nos deberían preocupar estos hechos pero hay algo que podría ser más dramático. ¿Cuántos casos como éstos, de personas inocentes, no habrán pasado por calabozos, juzgados y cárceles sin tener la suerte de demostrar su inocencia? ¿Cuántos habrán sido chivos expiatorios para lograr de cara a la galería una eficacia policial a lo hora de cerrar un caso y aplacar la llamada alarma social? ¿Cuanta gente no habrá sufrido lo inimaginable cuando su declaración de inocencia chocaba (y perdía) frente a la simple acusación de culpabilidad por parte de unas autoridades que no tienen que probar nada porque se presume que siempre dicen la verdad?
Juzgar precipitadamente es cualquier cosa menos justicia.
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