A poca gente le suena ya el nombre de Rodney King, un varón de raza negra que fue apaleado y pateado por policías de Los Ángeles hace 20 años y cuyas imágenes, grabadas por un videoaficionado, estremecieron al mundo por su crueldad. La indignación se convirtió en ira un año más tarde, cuando un jurado de raza blanca absolvió a todos los policías que habían participado en la brutal paliza. Ya sabemos que nada tiene que ver lo que ocurrió en California en abril de 1992 y lo que ha pasado en Londres estos días pasados, pero hay unas cuántas cosas en común. Lo de Los Ángeles y lo de Londres es explicable, no podemos calificarlo como algo absolutamente sorprendente y fuera de toda lógica. Otra cosa es que la rabia ante las injusticias derive en actos que pecan de lo mismo que pretenden combatir. Porque si existen graves problemas sociales y económicos, que afectan de una manera preocupante a determinados sectores y grupos de la juventud británica, no se puede caer en el error de luchar contra ellos cual hijos de Atila, destruyendo todo y transformando una protesta comprensible en una simple demostración del espíritu más hooligan. Todos los movimientos de carácter no violento han demostrado ser más eficaces para conseguir sus objetivos y, además, son éticamente irreprochables. Frente a lo que es explicable pero injustificable, nos encontramos con lo que es simplemente inexplicable: negar la existencia de los problemas de fondo e intentar solventarlo todo a base de manguera y policía es no haber entendido nada. Sobre nuestros jóvenes se cierne un futuro tan negro como el humo de las barricadas.Sobre nuestros jóvenes se cierne un futuro tan negro como el humo de las barricadas.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 15 de agosto de 2011.
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