Apenas 537 votos en Florida sirvieron a George W. Bush para imponerse a Al Gore en las presidenciales de noviembre del 2000. En los años siguientes vivimos otra guerra más en Oriente Medio, que causó víctimas inocentes y muchos daños colaterales, tanto allí como aquí, por culpa de unas armas de destrucción masiva que nos juraron que existían y que jamás se encontraron tras la caída de Sadam Hussein.
Al Gore no se volvió a presentar a las elecciones en 2004 y se dedicó a recorrer el mundo con un documental bajo el brazo, “Una verdad incómoda” que nos avisaba de una amenaza ya comprobada por la inmensa mayoría de las personas que se dedican a la investigación científica: un calentamiento global y un cambio climático imparable que podría hacer de este planeta un lugar inhabitable para todas las especies, incluida la humana.
En apenas dos semanas hemos tenido que repasar las hemerotecas de aquellos días de noviembre del año 2000 y de las primeras dos décadas de este siglo, en las que nos ha tocado escuchar a negacionistas en todo tipo de púlpitos, ya sea desde programas televisivos donde mezclan extraterrestres con teorías conspiranoicas, hasta presidentes de gobierno que confiaban el futuro climático de su país a un primo físico que decía que no era para tanto.
Una de esas consecuencias del cambio climático que nos vienen anunciando desde entonces nos ha llegado: las imágenes de cañas y barro en el este peninsular no son las primeras que vemos al final del verano o ya metidos en el otoño. Las antiguas gotas frías y las nuevas danas siguen y seguirán llegando por estos días de octubre, como ya pasó en Valencia en 1957 y 1982, como muchos vimos de cerca en Badajoz hace 27 años.
Ya sabemos que gestionar en tiempos de paz y bonanza no es una tarea fácil. Hacerlo en medio de una catástrofe debe ser muy complicado y lo más importante es siempre atender a las víctimas, a sus familias, a las personas damnificadas que se han quedado sin casas, sin trabajos, sin todos sus recuerdos convertidos en papel mojado. Se tardará en reconstruir todo lo arrasado, pero sería imperdonable que nos olvidáramos de lo ocurrido cuando se hayan limpiado las calles y las casas, restablecidas las comunicaciones y reabiertos todos los centros de trabajo, educativos y de ocio que se han inundado.
Pero lo peor que nos puede ocurrir es que no queramos saber por qué ha pasado todo esto y por qué volverá a pasar en otros lugares del mundo, como nos advierten quienes saben de esto sin supercherías. Sin ciencia y sin memoria todo nos irá peor: en Badajoz, Florencia y otras muchas ciudades hay placas que recuerdan hasta dónde llegaron las aguas un día. Así que o nos ponemos como prioridad dejar de construir en cauces secos y luchar de verdad contra la gran amenaza global, o lo repetiremos todo: vuelve Trump, Putin sigue, Oriente Medio va de mal en peor, el bulo vence a la verdad, el odio y la sinrazón tienen más seguidores que la cordura, “el cambio climático no existe” todavía se escucha en demasiados lugares.
Publicado en el diario HOY el 13 de noviembre de 2024.
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