A principios de siglo andaba sacando tiempo de donde no lo tenía y un día a la semana me trasladaba de Badajoz a Cáceres para ir a las clases de la primera promoción de Filología Portuguesa en la Universidad de Extremadura. Compartía coche con Manoli y con Fátima, con las que hablábamos de todos los temas habidos y por haber durante tantas horas de ida y vuelta por la que hoy se vuelve a llamar N-523.
Mi pasión por la radio hizo que un día comentara el caso de una tal Nevenka, de la que había escuchado su historia en La Ventana de Gemma Nierga, donde colaboraba Juanjo Millás. Así que el último día del curso Fátima nos trajo un obsequio a quienes poníamos el coche para el viaje: 'Hay algo que no es como me dicen' fue el libro de Millás que me regaló y que me impresionó profundamente.
El acoso sexual al que se vio sometida Nevenka era una historia impactante que te hacía saltar las lágrimas a poco que tuvieras algo de sensibilidad: el patriarcado tenía (y todavía mantiene) unos códigos que dicen que una vez que accedes voluntariamente a algo ya no te puedes negar ni quejarte. Han transcurrido 20 años y hemos avanzado en algunas cosas: hoy tenemos una ley que sí deja claro qué es el consentimiento y que mete en el código penal lo que durante siglos han sido unas pésimas artes amatorias escritas con testosterona y considerando a las mujeres como meros objetos.
Pasan los años, cambian los personajes, sus estatus y sus filiaciones, pero cada primer acto de acoso sexual va seguido de dos escenas de ensañamiento posterior en forma de silencios. El primero es el silencio de la víctima, que tiene que calibrar si una denuncia le mejorará o le empeorará la vida. El segundo silencio es el de los que a toro pasado dicen que se sabía, que se podía imaginar o que se veía venir, con todos los verbos conjugados con un se por delante porque no nos atrevimos a ponernos como sujetos activos, ni a decir lo que era imprescindible.
Icíar Bollaín ha llevado a las pantallas la historia de Nevenka. Ha tenido que rodarla en Zamora, porque en Ponferrada hubo resistencias a que fuera el plató de lo que allí había ocurrido hace décadas. Y de repente la actualidad vuelve a traernos nuevos casos que nos van llegando por goteo, sin decir claramente nombres y apellidos, hasta que al final se descubre al personaje y, para colmo de los colmos, el tipo nos suelta que todo es una disociación entre la persona y el personaje.
La violencia de género y el acoso sexual necesitan leyes eficaces que protejan a las víctimas, pero poco o nada servirán si no modificamos esquemas mentales enraizados, en los que ser varón va unido a ejercer la fuerza, física o de otro tipo, para doblegar la voluntad de las mujeres. Nada avanzaremos si no comenzamos a reprochar socialmente lo inaceptable en lugar de callar e ignorar lo que ocurre. El silencio de las víctimas en estado de pánico podría disculparse, pero que el resto sigamos mirando hacia otro lado es imperdonable.
Publicado en el diario HOY el 30 de octubre de 2024
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