Ayer por la tarde, mientras escribía estas letras, se cumplían 100 años del nacimiento de la radio en España y no puede evitar acordarme del primer transistor que me regaló mi tía al regreso de una excursión a Andorra, cuando el Principado era un lugar al que se iba a comprar azúcar, chocolate o equipos electrónicos en lugar de ser guarida fiscal para quienes su patria se acaba en los colores de su pulserita.
Aquel transistor naranja y de marca japonesa me creó una costumbre que jamás he abandonado: la de escuchar todos los días unas voces (verdaderas) que me acercan realidades lejanas o me informan de lo que ha pasado en la esquina de mi barrio, donde seguimos sin piscina pública y se revientan las tuberías cada dos por tres. Dejó de gustarme la musiquilla de los domingos por la tarde con tanto gol y tanto grito, pero encontré nuevos mundos y tiempos modernos en una Radio 3 rompedora en mitad de los ochenta, en el humor absurdo de Gomaespuma en las noches de los sábados, en un programa sobre educación que conducían una tal Milá y un tal Gabilondo y que se llamaba “Queremos saber”.
Fue pasando el tiempo y mis días de radio no eran como los de la película de Woody Allen. Esquivar las llamadas radio-fórmulas me permitió encontrar caminos menos trillados y disfrutar de una radio más clásica en la que una sonata de Bach o la 5ª de Mahler te acompañaba mientras acababas un libro o hacías como que estudiabas, pero también sintonizábamos canciones y letras más modernas y menos comerciales, las que acaban formando parte de la banda sonora particular de cada uno. Luego llegaron algunas noches y muchas tardes en las que Julia, Almudena, Manuel y Juan discutieron en un gabinete de todos los temas recogidos en las enciclopedias, y las mañanas del fin de semana dejaron de ser días cualesquiera para vivirlos con intensidad, porque no son más que dos.
Y pasó más tiempo, nos cantaron mil veces que el vídeo mataría a la estrella de la radio y ahí seguimos algunos, empeñados en descubrir territorios comanches aunque nos los cambien del viernes por la tarde al domingo por la mañana. Hoy ya no malgasto tanto dinero en pilas, como cada noche que me quedaba dormido sin apagarla, pero me sigo enriqueciendo poco a poco mientras paseo, mientras cocino, mientras conduzco. Continúo escuchando a la carta la radio del siglo XXI gracias a esos 'podcasts' que te convierten en voz los más valiosos documentos, te descubren la ciencia, te aconsejan libros, te explican las finanzas, te investigan la historia o te la cuentan de manera que la logras entender.
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