No recuerdo la primera vez que tuve conocimiento de las desgracias de la población palestina. Las guerras de mi infancia las veía en telediarios en blanco y negro, hablaban de un conflicto árabe-israelí que pareció terminar con unos acuerdos en Camp David y con posteriores premios Nobel de la Paz para Anwar-Al-Sadat y Menachen Begin. Años más tarde me fui enterando de que a los palestinos, aquellos a los que habían echado de sus casas para crear un Estado judío tras el holocausto, los habían olvidado en aquellos acuerdos y 3.000 de ellos fueron aniquilados en los campos de refugiados de Shabra y Shatila, en tierras libanesas, allá por 1982.
Andaba ya por la Facultad cuando llegó a mis oídos la primera intifada, de la que ya recuerdo imágenes en color de soldados que rompían con pedruscos los codos de unos niños de apenas 11 años, que es el castigo que merecían por apedrear los carros blindados. Aquella imagen se nos grabó a toda una generación que nos abrigábamos los inviernos con pañuelos de aquellas tierras y que veíamos a Arafat con la rama de olivo en una mano y una piedra en la otra mientras hablaba en la ONU.
En 1990 Kuwait fue invadido, occidente bombardeó a Irak y a sus habitantes, dejó a Saddam Hussein en el poder en 1991 y al final de ese año se fraguó una Conferencia de Paz en Madrid para poner concordia en aquellas tierras. ¿Adivinan quiénes volvieron a ser los olvidados? Pues sí, los mismos de siempre. Más tarde llegaría una ligera esperanza y hubo Nobel de la Paz para Arafat, Rabin y Peres en 1994, pero Isaac Rabin fue asesinado por un ultraderechista judío en 1995 y las cosas se volvieron a torcer para los mismos de siempre.
Anteayer se cumplieron 24 años de otras imágenes que quizá recuerden: las de Muhammad al-Durrah y su hijo refugiándose en una pared de los disparos de soldados israelíes, del llanto del niño, de los esfuerzos del padre por cubrir con su cuerpo a su criatura. Tras la guerra de Iraq y la caída de Saddam en 2003 se pensó que ya todo estaba dispuesto para dar una solución digna a la gente de Palestina, pero tampoco.
Han pasado 20 años más y el Líbano volvía esta semana a ser objetivo militar israelí, como Shabra y Shatila en 1982. Mientras escribía esta columna la edición digital del periódico informaba de una subida del 4% en el precio del crudo ante los tambores de guerra y de un inminente ataque iraní con misiles balísticos sobre Israel. No se ha cumplido un año desde el fatídico ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre de 2023 y el resultado no puede ser más descorazonador: aquellas 364 víctimas civiles israelíes inocentes se han centuplicado con creces del lado palestino, con miles de mujeres y niños encabezando unas estadísticas insoportables.
Un escenario de guerra global es lo peor que nos puede pasar y ayer las cosas estaban muy mal. Desgraciadamente, sí hay un pueblo que casi no tiene margen para empeorar su situación, de ahí que sea urgente salvar al pueblo de Palestina de un horror que dura demasiado.
Publicado en el diario HOY el 2 de octubre de 2024
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