Hace seis años leí un amplio reportaje en "El Salto" firmado por Antonio Torrico, Joan Tafalla y Manuel Cañada. Fue la primera vez que supe de la existencia de un extremeño de Valencia de Alcántara llamado Manuel Vital Velo, que había nacido en octubre de 1923 y se quedó sin padre tras el verano de 1936, porque haberse significado como demócrata era ya una excusa para ser descerrajado de un tiro y enterrado en cualquier cuneta.
El huérfano Manuel Vital acabó en Barcelona como miles de extremeños y andaluces. Iban buscando en zonas con industria un oficio para sobrevivir que era imposible encontrar en sus tierras de origen, donde el latifundismo seguía sirviéndose del trabajo de unos braceros que ni doblando el lomo de sol a sol conseguían alimentar a sus familias. De estas historias ya dio buena cuenta el cine español y desde hace dos semanas las pantallas nos han vuelto a contar otra historia de esta tierra: la de Manuel Vital y aquella gente de Torre Baró que compró una parcela en las afueras de Barcelona, intentó construirse con sus manos algo parecido a una casa y luego tuvo que pelear cada minuto para que el pecado original de haber nacido pobre no fuera una enfermedad que se transmitiera genéticamente y sin remedio a toda la descendencia.
No les destriparé la película titulada "El 47", en la que Eduard Fernández interpreta de manera magistral a nuestro héroe de Valencia de Alcántara, construyendo un personaje totalmente creíble y con un acento que bien podría pasar por el de un extremeño con más de 30 años en Cataluña, algo que ya vimos lograr a Paco Rabal en su Azarías pero no tanto a Alfredo Landa con su Paco el Bajo.
Esta obra del director Marcel Barrera me ha permitido recordar un tiempo en el que la vecindad era sinónimo de ayuda, donde se buscaban soluciones colectivas y no salidas individuales para los problemas de las barriadas. Hubo un momento a finales de los años 70 en las que las asociaciones de vecinos eran capaces de movilizar calle por calle y reclamar una escuela, un centro de salud, una pista deportiva, un semáforo para evitar más accidentes o una maestra sustituta cuando las autoridades no enviaban a nadie a suplir una baja.
Pero llegamos a mediados de los 80 y alguien decidió que las asociaciones vecinales no tenían sentido en democracia y fueron recluidas -en su mayoría- a gestionar la verbena, las fiestas del barrio y la sede social, en caso de que hubiera. Hoy me cuentan que en alguna ciudad de Extremadura ha dejado de haber incluso fiestas de barrio debido a las condiciones tan restrictivas que ha impuesto el propio Ayuntamiento a las asociaciones.
Salí de ver “El 47”
emocionado con la historia, las interpretaciones y la hermosa canción de Valeria Castro mientras se encendían las luces de la sala. Me
gustaría que se descubrieran más historias extremeñas y que quizá no
conozcamos. Antes que glorificar las de hace siglos allende los mares,
habría que admirar las auténticas conquistas extremeñas, las de gentes
comprometidas como Manuel Vital. Seguro que hay muchas más.
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