El mundo está lleno de monstruos. Hay territorios a los que no vamos por miedo a encontrarlos y, si los visitamos, lo hacemos con la debida preparación y cautela. También existen lugares plácidos y seguros en los que nadie podría imaginar la existencia de seres de crueldad infinita. Hace unos años supimos de la presencia de uno en la localidad austríaca de Amstetten, que se apellidaba Fritzl y que tenía a su hija y a sus hijos-nietos en una mazmorra. Entonces no se escuchó ni un solo argumento en defensa de las ideas o las acciones del monstruo. El pasado 22 de julio una sociedad tan segura y plácida como la noruega se despertaba de la siesta con decenas de muertos. Se trataba de otro monstruo, sin duda, pero con una pequeña diferencia. Mientras que nadie se atrevió a usar los argumentos de Fritzl, hemos encontrado a unos cuantos que sí que defienden los de Anders Behring Breivik. Desde el antiguo ministro de Berlusconi, un tal Speroni que dice que el chavalito noruego lo hacía en defensa de la civilización occidental, hasta mentecatos que envían sus mensajes a las tertulias filofascistas que pueblan la TDT. Sólo los monstruos son responsables de sus actos, sí. Pero no cabe duda de que la fuerza con que actúan depende de la frecuencia con que se les alimenta. Lo más monstruoso y mortífero de este mundo es el hambre, hoy en Somalia y mañana en cualquier lado. Y, paradojicamente, esa hambre también es alimentada día a día, por acción u omisión, por un orden mundial que lleva décadas demostrando su fracaso y que, a fin de cuentas, resulta ser tan homicida como el descerebrado noruego.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 1 de agosto de 2011.
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