El diccionario
fraseológico documentado del español recoge la locución irse de rositas. La define como irse sin pagar lo que
se debe o sin recibir el castigo merecido. Pero lo de irse de rositas no es
algo que ocurra por azar. Si es usted un muerto de hambre o está enganchado al consumo de
sustancias y va callejeando en busca de una dosis, es mejor que no robe ni
tenga un comportamiento alejado de la ley. Lo más probable es que acabe detenido,
que le pongan un chándal, lo lleven esposado ante el juez y lo envíen un par de
añitos a chirona. Si, por el contrario, es usted de los que viste con clase,
estilo y poderío, se codea con la crème
de la crème y va despidiendo glamour allá por donde va, entonces no se
preocupe y haga de su capa un sayo porque difícilmente acabará en la cárcel.
Aunque oigamos los comportamientos indignos y sospechosos con nuestros propios
oídos, siempre habrá una excusa, un resquicio, un fallo en la instrucción o un
permiso mal concedido para efectuar las escuchas que servirá para irse de
rositas. Tras lo ocurrido con Camps, no deberá extrañarnos que Garzón
sea condenado ante la estupefacción del mundo entero, y que lo de Urdangarin
se quede en un malentendido o un descuido. Nada nuevo bajo el sol, porque hace
más de veinte años también escuchamos las vergonzosas conversaciones de un tal Palop
en el llamado caso Naseiro, en el que
sólo salió trasquilado el juez que pretendía esclarecerlo. A la justicia hace
falta que le llegue la Revolución Francesa de 1789, para que trate por igual a
los desarrapados y a los que llevan esos buenos trajes que van regalando por
ahí.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 30 de enero de 2012.
*La viñeta usada para ilustrar fue publicada por EL ROTO en EL PAÍS el 20 de abril de 2010.
No hay comentarios:
Publicar un comentario