Me encontré un impreso en el que
aconsejaba escribir a máquina o con letra bien clara. Por un momento recordé lo
útiles que fueron aquellos armatostes, su peculiar ruido y lo rápido que han
desaparecido de la historia. Y es que en ocasiones el tiempo se nos viene
encima y seguimos utilizando las mismas herramientas que en épocas lejanas.
Quizá la huelga sea uno de esos instrumentos que algún día habrá que
replantearse. Nació con las revoluciones industriales, cuando los que producían
no tenían otra forma de hacerse notar sino abandonando las fábricas y los
talleres. Gracias a esas denostadas huelgas de nuestros abuelos y tatarabuelos
hoy existen países en los que no trabajan los niños, hay jornadas de trabajo
soportables por el ser humano, hay días de descanso semanal y un mes de
vacaciones, no se pierde el trabajo cuando uno enferma y existen derechos
laborales. La verdad es que no conozco a nadie que quiera renunciar a ninguno
de esos derechos debido a la contaminación que podría suponer el haberse
conseguido mediante huelgas. Es duro decirlo, pero no hay ni un solo derecho
social que haya sido gentilmente concedido sin haber sido arrancado en difícil
brega. Pretender que se abra el debate sobre los instrumentos reivindicativos
de los trabajadores, en estos momentos, es un burdo señuelo para distraer la
atención sobre lo que en realidad está en juego en los próximos días: la
imposición de un modelo de relaciones laborales en el que los asalariados
retroceden varias décadas en el tiempo hasta reencontrarse con aquellas Olivetti.
Huelgan las palabras y las conclusiones cuando la letra está tan clara.
Publicado en la contraportada de ELPERIÓDICOEXTREMADURA el 26 de marzo de 2012.
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