De un mes a esta parte vivimos rodeados en un ambiente de
dimisiones previstas, renuncias históricas y sorprendentes, rumores de abdicaciones
y alguna muerte anunciada. Rápidamente han surgido hermeneutas para interpretar
las razones ocultas de Ratzinger y
expertos en monarquía diciéndonos que tenemos que aguantar borbones para
siempre.
La muerte de Hugo
Chávez también ha servido para poder apreciar la falta de medida y de
sentido crítico a la hora de enjuiciar a un personaje y sus acciones de
gobierno: es difícil encontrar un término medio entre el fanatismo adulador y
los denostadores a ultranza. Algunos aborrecíamos el estilo cuartelero y
mesiánico del comandante venezolano, pero no nos cuesta reconocer que el neobolivarianismo ha supuesto un cambio en
América del Sur, especialmente para la gente de piel más oscura.
La retirada del alcalde de Badajoz es otro de esos casos que
merecerían un análisis pausado en lugar de tantos panegíricos, pero en
Extremadura el chascarrillo y el trazo grueso apagan todo lo demás. Cualquiera
que haya visitado núcleos urbanos de similar tamaño y haya visto la diferencia
de servicios y de planificación (por no hablar de la protección del patrimonio
histórico) llegará a la conclusión de que Badayork
dista mucho de ser una ciudad moderna y sostenible. Nos falta mucha
pedagogía para las despedidas: ni nos han enseñado a aplaudir con moderación,
ni tampoco tenemos por costumbre reconocer méritos en quienes no son de los
nuestros. Para el próximo adiós a importantes figuras nos hará falta una buena
dosis de ecuanimidad. Y me temo que no se vende en farmacias.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 11 de marzo de 2013.
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