Hubo
un tiempo en el que tener o no empleo era determinante para muchas otras cosas.
Incluso hubo alguna década en la segunda mitad del siglo XX en la que trabajar
era un salvoconducto para abandonar la pobreza. El viaje hacia el pasado en
todo lo que se refiere a derechos de los menos favorecidos está siendo mucho
más rápido que el avance tecnológico en las comunicaciones, por poner un
ejemplo. Un conocido cantante de música punk afirmaba la semana pasada que si los
retrocesos a los que nos están sometiendo se universalizaran, pronto
volveríamos a ver funcionar la máquina de vapor y trenes alimentados por
carbón.
Este
invento de no salir de la miseria a pesar de realizar trabajos para otros no es
nada nuevo: ya existía en el antiguo Egipto, Grecia o Roma y se llamaba
esclavitud. Lo que ocurrió es que, con esa manía de pensar que les dio a
algunos en el XIX, todo se fue al garete para los negreros: lo de poseer
personas como si fueran mulos a los que se les arrea sin preguntar había pasado
a ser inmoral e indecente. Pero hoy, aterrados por un cloroformo universal
llamado crisis, millones de personas anhelan unos mini-jobs que no les sacarán de pobres. Y llegarán tan aplaudidos
como los cien mil hijos de San Luis, y
se volverá a gritar vivas a las cadenas. De hecho, todos conocemos a más de uno
al que le está tocando aceptar condiciones laborales que no solo sus padres
habrían rechazado, sino también alguno de sus abuelos. Así que esta semana nos
vamos a sentar santamente para ver cómo vuelve la primera revolución industrial,
que por el nivel de regresión que llevamos está casi al caer.
Publicado en EL PERIÓDICO
EXTREMADURA el 25 de marzo de 2013
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