Es difícil vivir sin prejuicios. Por mucho que nos creamos los seres más racionales del planeta no podemos evitar tener una imagen estereotipada de cada grupo social, raza, nacionalidad, ideología y, si me apuran, hasta de los seguidores de cada equipo de fútbol. Los portugueses lo llaman preconceitos, ideas formadas anticipadamente sin fundamento serio, mientras que nosotros hablamos de prejuicios como aquellas opiniones previas acerca de algo que se conoce mal.
Cuando alguien aparenta romper un prejuicio entran ganas de montar una fiesta, como al oír a Dolores de Cospedal unas loas del Partido Comunista Chino que jamás había escuchado ni al más maoísta de la legendaria Joven Guardia Roja que lideró Pina López-Gay. En un principio sería digno de alabanza el gesto de Cospedal, porque sobre los chinos se escuchan burradas y leyendas urbanas que están generando una chinofobia preocupante.
Pero mucho me temo que este fervor oriental de la de la secretaria del PP no se dirige precisamente hacia el libro rojo de Mao, sino hacia aquella máxima de la desideologización que resumió Deng Xiaoping, al afirmar que no importaba que el gato fuera blanco o negro si cazaba ratones.
Así que nos guardamos los miramientos en el bolsillo y vamos buscando un mercado de 1300 millones de consumidores y dinerito fresco para financiar deuda. El nobel de la paz chino Liu Xiaobo y los miles de condenados a muerte pasan a un segundo plano. Tenemos muchas cosas que admirar de China, pero su gobierno y su respeto por los Derechos Humanos no es una de ellas. Y no es un prejuicio.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 29 de abril de 2013.
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