Tras catástrofes como aquella de la colza o casos como el de las vacas locas, en algunos países se pusieron serios con la seguridad alimentaria. Con el tiempo fuimos capaces de pronunciar palabras como “trazabilidad”, la posibilidad de identificar el origen y las diferentes etapas de un proceso de producción y distribución de bienes de consumo. Así, de una lasaña que compramos congelada podríamos saber hasta el nombre del ternero (o del caballo) que fue sacrificado para que su carne acabara allí. Pero con otros productos no ocurre lo mismo y aparecen en nuestras estanterías prendas a unos precios que esconden un gato encerrado. La muerte de centenares de personas en una fábrica textil de Bangladesh nos ha puesto sobre la mesa lo que ya nos advertían y que muchos se negaban a ver. Algunas organizaciones como SETEM llevaban años concienciando a la población para que mantuviera unos criterios éticos a la hora de consumir ropa producida en situaciones de esclavitud.
Hoy ya no hay excusas: de nada sirve que nuestras empresas nos enmarquen certificados de calidad en sus sedes de aquí, y al mismo tiempo jueguen con el beneficio de pagar 38 euros al mes a niñas que trabajan 72 horas semanales. Deberíamos conocer ya la trazabilidad social de cada producto o servicio que se nos ofrece, algo tan sencillo como poder saber dónde se ha confeccionado y cuáles son las condiciones legales, sociales y laborales de quienes han participado en todo el proceso. Mientras tanto, pensemos que la ropa muy barata puede tener un origen muy sucio: en nuestra mano está ser cómplices de la esclavitud o no.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 6 de mayo de 2013
1 comentario:
Bonito video, recuerdo que cuando yo estaba trabajando en la oficina y trabajo muy duro para comprar mis necesidades y un poco de mis necesidades.
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