02 septiembre, 2013

Hablando en sirio

Desconozco la manera de resolver la inmensa mayoría de las complicaciones que en el mundo existen, incluso muchas que parecen bastante fáciles: no sé cambiar la batería de un coche, ni arreglar un grifo, ni reparar el interior de un disco duro. No me pregunten qué harías tú en un ataque preventivo de la URSS, como cantaba Polanski y el Ardor en los ochenta, porque ni supe que contestar entonces, ni existe aquel Estado y, dicho sea de paso, porque ahora el gobierno ruso se me hace más repugnante casi el estalinismo (que yo siempre lo he diferenciado del comunismo).

El sentido común y la experiencia me dicen que hay remedios que no sirven, aunque en un primer momento parezca que sí son una solución. Un fuerte dolor de pie desaparecería para siempre con amputación y no hay leve jaqueca o grave tumor que sobreviva a una afilada guillotina. La cuestión es que cuando uno quiera solventar un desaguisado, por grave que sea, no debería provocar otro de dimensiones mayores: si se ha incendiado el monte no vayas a apagarlo con latas de gasolina, porque no todos los líquidos sofocan las llamas.


Hablando en serio, que no en sirio: no sé si a estas alturas Damasco ya habrá sido bombardeada, y si a la medalla que le dieron a Obama con el premio Nobel de la paz le ha salido algún tipo de herrumbre. Sólo sé que a una brutalidad como la supuesta utilización de armas químicas a cargo de Bashar al-Asad no se puede combatir con una guerra en un escenario que no puede soportar más violencia. Y en Somalia, mientras tanto, ya no quedan ni médicos altruistas para salvar las maltrechas vidas, pero allí ya no hay ni botín de guerra.

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