Unos amigos mantuvieron durante bastante
tiempo la sana costumbre de aprovechar estas fechas para un gran viaje anual,
normalmente a lugares más cálidos, y en los que apenas hubiera un atisbo
navideño. Al regreso nos contaban historias curiosas de Senegal o de la
Amazonia brasileña, alejados de comilonas, compromisos, excesos, compras,
derroches, regalos y mil sustantivos similares que pueden imaginar. Seguro que todo el mundo conoce a alguien a
quien le gustaría huir durante estos días, pasar rápidamente las hojas de este
calendario construido sobre ritos y celebraciones, en los que el sol y la luna fueron
sus primitivos protagonistas naturales, y sobre los que dioses, reyes y
tribunos han ido colocándose para mayor gloria de sí mismos.
Pero no voy a plantarles una monserga y ponerme
a maldecir sobre los divertimentos del personal. En un mundo en el que cada vez
son más frecuentes los encuentros virtuales y donde el roce de la piel o la
mirada en los ojos es casi un comportamiento sospechoso, no está de más
aprovechar los escasos huecos del calendario para dar rienda suelta a las
relaciones humanas y sociales. Para gustos se hicieron los colores y que cada
uno haga lo que le venga en gana, pero sin olvidar que tan respetable es
hacerse un bufanda de espumillón y cantar villancicos hasta el amanecer, como
hacer mutis por el foro camino de Nueva Zelanda para bailar danzas maoríes con quienes
festejan el solsticio veraniego. En estos días, hagan lo que quieran, no
molesten a nadie y no den ni exijan explicaciones. ¿Acaso hay mejor manera de
intentar ser feliz?
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 23 de diciembre de 2013.
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