Vi un libro escolar infantil en el que cada imagen novedosa para
los niños aparecía junto al dibujo de algún objeto cotidiano, un lápiz o un
paraguas, y que servía de referencia para conocer su dimensión real. Así se
evitan chascos como los de los chicos urbanitas que visitan una granja-escuela:
años y años viendo vacas en la tele y se quedan de piedra cuando ven que son muchísimo
más grandes que los perros. Esta pérdida de referencia de las dimensiones no es
exclusiva de los más jovencitos, porque si alguna vez han vuelto a su colegio o
a una casa de su infancia, todo les parecerá mucho más pequeño.
Me pregunto si somos conscientes de la magnitud de los problemas
de hoy, porque esta incapacidad para relativizar dimensiones también puede
funcionar en sentido inverso, y quizá no estemos reparando en el tamaño del
ciclón que nos engulle. Me di cuenta
cuando me contaban que los jóvenes mejor preparados ya no buscan trabajo aquí
al acabar sus carreras, puesto que su primer paso es emigrar para no tener que
pasar un lustro mendigando oportunidades. Algunos con sentido del humor dicen
que está a punto de salir a antena un programa llamado “Españoles por España”,
dedicado a mostrar a nuestros jóvenes esparcidos por el mundo cómo diablos
subsisten aquí sus familiares. Pero más debieran preocuparnos los que ya no
tienen ni edad para huir: me estremeció leer un texto que hablaba de emigrar hacia dentro y su lectura fue como el dibujito que daba referencia del tamaño de las
cosas, porque las cifras macroeconómicas mejorarán, sí, pero los dramas individuales
y generacionales empiezan a escapar a todos nuestros parámetros.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 13 de enero de 2014.
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