Como a Serrat, a mí también me privan más los barrios
que el centro de la ciudad. Así que en cuanto pude me fui a vivir a uno
de gente sencilla, trabajadora y quizá demasiado apática antes muchas
situaciones injustas. Hubo un tiempo, a finales de los
años 70, en el que las asociaciones de vecinos sí que aprovecharon las
ansias de participación democrática. Aquello se vino abajo tras las elecciones
locales de 1983, cuando alguien pensó que el movimiento vecinal podía ser
un estorbo y convirtió a la inmensa mayoría de las asociaciones en meras
gestoras de la verbena anual y de un local para actividades diversas. Cuando en
1995 hubo un nuevo vuelco electoral en los municipios, aquellos mismos que
habían matado al movimiento vecinal quisieron resucitarlo, pero ya era
demasiado tarde.
Muchos se habían olvidado de que los barrios
existen y están habitados por personas que tienen problemas. Quizá por eso se
ponen a gobernar y a tomar decisiones desde los despachos, sin pisar la calle,
sin estudiar cuáles son las necesidades reales y sin consultar qué es lo
imprescindible para sus vidas. Menos mal que surgen, de vez en cuando,
levantamientos populares como los del
barrio de Gamonal en Burgos, con unas reivindicaciones tan simples como la
de evitar obras costosas y faraónicas. Cuando me explicaron el
proyecto que pretenden construir en Gamonal tuve que acordarme de otro Barrio, la
película de Fernando León
de Aranoa en la que unos chavales de la periferia madrileña recibían
como premio una inútil moto acuática. Ojalá sea la rebeldía de los barrios la
que empiece a poner cordura ante los despropósitos.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 20 de
enero de 2014.
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