Es
necesario apoyar y socorrer a quien le hace falta de verdad. Pero del
mismo modo que hay que aplaudir todas las medidas sensatas y coherentes,
no debería importarnos criticar abiertamente aquellas ayudas que se
otorgan de manera universal, como cuando se regalan libros de texto a
todas las familias numerosas o se repartían 2500 euros por bebé recién
nacido, sin distinguir si las familias eran millonarias o pobres de
solemnidad.
Ahora
parece ser que las ayudas se van a destinar a los recién nacidos de
localidades pequeñas y uno tiene la tentación de esgrimir el mismo
argumento, porque allí también habrá quien ande sobrado y a quien le
faltará casi de todo. Pero deberíamos tener en cuenta un factor
importantísimo que no solo habría de preocuparnos en Extremadura sino en
otros lugares de la vieja Europa, donde la población se concentra cada
vez más en grandes ciudades y se abandona el territorio rural. Si no
queremos que nuestros pueblos acaben siendo como lugares
fantasmagóricos, habrá que procurar que las risas de la infancia se
escuchen de nuevo corretear por las calles. Mucho me temo que no es algo
que se solvente con 1300 euros, que es lo que pueden costar los pañales
y comida del primer año de vida de un bebé, sino con medidas que hagan
atractivo quedarse a vivir en los pueblos. Y eso significa ordenar el
territorio en el más amplio sentido del término, dotando al espacio
rural de un mínimo de garantías para que vivir allí no sea un deporte de
riesgo. No es nada fácil, pero hay que pensar muy bien cuáles son las
mejores maneras de ayudar para no caer en errores pasados.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 17 de marzo de 2014
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