Una amiga me pone tras la pista de un folleto publicitario
en el que los disfraces infantiles para niñas parecen cortados por el mismo
patrón, como si no quedara más opción que ser princesa, lolita o una mezcla de
ambas. Otro amigo me pasa una curiosa historia sobre un
anuncio de la marca Lego en 1981, en el que una chica era
protagonista de un juego con enormes capacidades educativas, y de cómo ha
cambiado la marca en
los últimos tiempos, con dos líneas bien diferenciadas de productos y con
dos colores predominantes que las distinguen en mostradores y escaparates.
Anteayer celebrábamos el día de la mujer y hoy merecería la pena
reflexionar sobre la educación global que se imparte para erradicar la
marginación de la mujer y su reclusión en papeles tradicionales que creíamos
totalmente superados. Hace ya tres décadas desde que Joaquín Sabina cantara que las niñas ya no querían
ser princesas, pero si se acercan a una tienda
de juguetes o a un reality con jóvenes de poco más de veinte años, descubrirán que
nos queda demasiado camino por recorrer para liberarnos de algunas mitologías
malditas. Lo cierto es que hay una parte significativa de la sociedad que
todavía considera a la mujer un ser de capacidades inferiores, y otro
importante sector que cree que el poder de la fuerza, ya sea bruta, económica o
militar, es un argumento de peso para imponerse en las relaciones humanas. Si
no coeducamos de otra forma para aniquilar el totalitarismo de andar por casa,
pronto habrá que volver a reutilizar aquel anuncio de Lego en 1981 y nos parecerá hasta un acto revolucionario.
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